Hay dos cosas que jamás me quisiera me faltaran: una pluma para escribir y aquel juguetico sexual que a veces, solo a veces, me hace sentir completa. Los cuentos que perdí por no tener esa pluma en mano! Las historias que murieron de tal muerte natural en mentes de los muchos que creen no tener historias dignas de escribir! Historias así como la de Elio, un joven vecino mío que de tantos infartos cardiacos solo le quedan dos dientes en la boca. Y créeme si te digo que entre ambas tétricas realidades existe una tierna correlación, la cual es digna de un “best-seller”.
Es que yo, pluma en mano soy como paragua para un rayo: atraigo musas. Y no te imagines esas musas que llegan engalanadas y dispuestas a alimentar la tinta de la pluma para que fluya fácil y fina sobre el papel. No! Mis musas a veces no llegan ni vestidas. Lo más común es que lleguen agotadas, con hambre, desilusionadas de la vida y dando mil excusas para no inspirar una historia más. Hay que pasarse un buen rato forcejeando con ellas para se cubran las indecencias y les den ganas de inspirar la tinta de lo que quiero escribir yo.
Me dicen que yo siempre agarro la pluma en los momentos más inoportunos y las traigo desprevenidas, generalmente en las más tardes horas de la noche en las que ellas ya regresan agotadas de inspirar lo ‘in-inspirable’ en las torcidas calles de esta ciudad.
Me cuentan, por ejemplo, que vienen de inspirar bellas damas a ofrecerle un desnudo a un viajero que parecía iba a pagar muy bien, pero que jamás pago. O de inspirar a un vecino tarado a deslizar su mano por debajo su cinto y desatar un desmedido vaivén mientras observa a través de un hueco a una joven vestirse para irse a la escuela. Me explican que a veces para inspirar hay que entrar en personaje, por lo que hay que desvestirse o excitarse. Y en eso las llamo yo.
Así que me pregunto, acabadas mis musas de inspirar a tales figuras, que clases de textos he de escribir yo?
– “Realismo sucio”, diplomáticamente indica mi amigo Néstor cuyos escritos pudieran clasificarse de brillante y limpia ficción. A él siempre le llegan musas elocuentes, bien habladas, bien vestidas, provenientes de las alturas de una cultura y sabiduría estudiada en la Universidad del arte fino y poco coloquial. Por mucho que trata, él no logra entender de donde es que saco las musas mías. “Es una mezcla del cochinismo de Zoe y la realidad de Juan” – poco diplomáticamente añade él.
– “Es complicado”, le explico yo. “Es más bien el producto de la química que logro cuando pluma en mano me hallo frente un papel, a ciertas horas de la noche, deseando escribir brillantes historias de gente denominada insignificantes (por gentes más insignificantes aun que ellas), y el misterio de aquel lugar desde el que siempre escribo yo.
– Donde es eso?, innecesariamente me pregunta el.
Yo escribo desde Cuba. Es una isla que me habita y constituye la mismísima esencia del papel donde escribo. No sé si me habita en forma sólida como un parásito que se deposita para siempre en la barriga, o líquida como algo que ha de correr por las venas para poder vivir, o gaseosa como si sin ella no se pudiera respirar. Solo sé que sin ella voy como rana que dormita fría en el invierno y existe en un estado inútil, ni tan viva ni tan muerta.
– Que tal realismo pícaro?, le pregunto yo.
Yo me siento viva cuando escribo lo que escribo. Es una forma de verano temporal que dura desde que llegan mal vestidas protestando a cuatro voces las musas de la noche, hasta que queda escrita la historia y termina en un inmenso pozo llamado el punto final.
Me alienta ver salir a mis musas finalmente victoriosas, que tan expertas en lo vivo y en lo puerco de la ciudad, pudieron desahogarse alimentando con una mezcla de sus historias y las mías a mi tinta con ese veneno delicioso que traen ellas llamado inspiración. Veneno que uso para escribir las verdades de aquellos que traen historias fenomenales muriéndoseles en los bolsillos, pensando que no tienen nada que contar. Así es que en vez de un bulto de piedras en el bolsillo les demuestro que los traen llenos de diamantes – culpa de aquella mala percepción llamada Vida y de los reales insignificantes que nos desvanecen de esperanzas de poder escribir lo que es nuestra verdad.
Así es que, cuando cesa la mano y aminora el flujo de la tinta, pasado el pozo que le da su fin, acaba la historia de ese alguien y comienza la mía.
Queda mi locomotora echando humo y pidiendo vía por las líneas paralelas que corren desde el sin fin de mi mente hasta mucho más allá de la burbuja del cuento. Una locomotora que arrastra un tren sin frenos, cargado de visiones excitantes y sensaciones genitales fenomenales. Y en vez de aminorar la marcha, vuela a través de líneas cada vez más lubricadas, casi a ciegas, en medio de gemidos, hasta chocar con un éxtasis que solo, solo, solo y a veces tristemente solo, un pequeño juguetico sexual me sabe dar.
genial!
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🙂 Me alegra mucho!
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Me encanta! ❤️
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Bienvenida al blog, Jocy. Me gusta lo q h leido del tuyo. Te seguire. Saludos
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🙂 gracias! y nos leemos por estos parajes! un abrazo!
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Bello! Leerte es fascinarse en ese recorrido al que sabes llevar. Gracias!
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Gracias miles!
Que lindo que disfrute ese recorrido, y que con mis escritos se sienta por un ratico que estuvo allá en Cuba. Un fuerte abraso!
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