Jorge vivía en Buena Vista, un barrio de la Habana donde, durante el «Período Especial» la luz se iba todas las tardes y regresaba en la mañana del otro día. En vez de apagones, se decía que en Buena Vista habían “alumbrones” pues la luz duraba 4 horas al día.
Con tantos apagones, la Habana entera se había convertido en una ciudad sin música. En Buena Vista, que siempre había sido un reparto alegre, ya casi no se encendían ni los radios. Incluso Jorge, que siempre había querido ser músico, ya no le cantaba por horas a su novia, y casi nunca tocaba su guitarra. Primero porque a su novia se la llevaron los padres a Miami y segundo porque su única guitarra no tenía cuerdas. Antes, cuando se le rompían las cuerdas, él se las hacía de cables telefónicos, pero ya ni eso quedaba en el barrio.
Día tras día, los apagones dejaban a su madre en una angustia infernal. Las noches eran especialmente tediosas para Jorge, pues consistían en quedarse en casa para oír a su madre pelear por todo. Las protestas siempre empezaban igual y nunca se sabía cómo terminaban. Era algo así:
– «!Que jamás logro estar en esta casa cuando hay luz para poder cocinar. Tengo que comprar una cocina de gas. Nos tenemos que morir con esa cocina eléctrica y el reverbero que son ambos un infierno. Y ahora para colmos no nos dejan salir de la pescadería cuando viene la luz, pues esa es la única hora en que las puertas de la nevera se pueden abrir y por ende la única hora en que podemos vender. ¿A ver a quien se le ocurre poner esa regulación? Cuando viene la luz la gente que tiene cocina eléctrica tiene que cocinar, no puede ir a hacer cola para coger un pescado. Yo te digo a ti que este país me va a volver loca a mí.»
Y de ahí caía directo en la próxima queja. No se callaba. Y Jorge no hablaba. A veces cuando la lámpara de queroseno achicharraba algún bicho que se le acercaba seducido por el poco de luz de la lámpara, el abrazante sonido atraía la atención de Jorge. Jorge se identificaba con el bicho, porque el, tal como el bicho necesitaba luz. Pero un segundo después se le olvidaba, pues su madre continuaba las quejas. Y ya iba por la parte en que concluía que esta “esto es una mierda”, como siempre ella decía ella antes de ofrecer sus quejas finales y proseguir a su cuarto a llorar.
Jorge sentía que estar allí era horrible y odiaba llegar a las quejas finales. No soportaba ver a su madre llorar y lo deprimía ver tantos bichos achicharrarse a causa de lo mismo que necesitaba él.
Jorge necesitaba luz, música y daba cualquier cosa por poder tocar su guitarra. A veces cuando no soportaba más, se iba a caminar por la oscuridad de cualquier calle del barrio, que con suerte lo llevaría a algún otro barrio donde hubiera luz. A veces caminaba kilómetros en línea recta, regresaba a su casa, y todavía no había luz.
Un día Jorge sintió que necesitaba luz, más que lo que necesitaba el aire con que respiraba. Dejó a su madre hablando sola y salió rumbo a 5ta avenida, donde no importa lo que pasaba en el resto del país, allí siempre había luz, pues allí vivían gente de embajadas extranjeras. Muchos de ellos tenían plantas generadoras con las que alumbraban sus grandes casonas durante las poquísimas horas de apagón que les tocaba.
El problema de pasear por 5ta avenida es que estaba lleno de policías, que solo de verte caminando sin rumbo te podrían parar, acusarte de querer ir a robarle a la gente ricas de ese barrio, y terminabas en una gran desgracia. Jorge caminaba rumbo a esa calle, y se sentía como los bichos de la sala de su casa, que iban en busca de luz y a veces en el proceso terminaban fritos.
Pero ese día, Jorge dijo que se arriesgaba, y creyó que nada podría ser peor que estar en su casa con su madre, sin luz, sin música, ante la lámpara frie-bichos de su madre, escuchando las mismas quejas de todos los días. Caminaba como en un trance, como si supiera a donde iba. Pero iba tan hundido en su propia desdicha que perdió la noción de cuanto había caminado o para donde.
Por el camino no notó que había policías en casi todas las esquinas. Ni notó que habían jineteras las esquinas donde no habían policías. No se fijo que las jineteras paraban carros de extranjeros que transitaban las 5ta avenida. Ni se fijo en que los carros transitaban la 5ta avenida arriba y abajo, como quien pasea por un departamento comercial en busca de la mejor oferta. No se percató que los policías asechaban a las jineteras y a las que pagaban bien las dejaban tranquilas en sus esquinas. Y tampoco se percató que a las que no pagaban se las llevaban en unos camiones, por “asedio a los turistas”.
La ciega caminata lo había llevado al grandísimo Malecón de la Habana con un muro que impedía al ancho mar adueñarse de la Habana. ¡Que alegría le dio a Jorge ver al Malecón! Que además del ancho mar, ofrecía una inmensa luna llena, la cual hacía una franja de plata sobre el agua. La franja lo invitaba. Así que Jorge fue hacia ella.
Se sentó en el muro del Malecón como siempre hacia con su novia antes de irse a Miami. Recordó los tiempos en que allí, por horas, tocaba los temas que a ella le gustaban con su guitarra. Y sentado frente al mar, de espaldas a la fachada de la Habana, silbaba esos temas.
En su vida cotidiana, Jorge se proponía jamás pensar en ella, como mecanismo para olvidarla. Pero estar allí era como estar viendo un retrato de esos días y no tenía de otra que recordarla. Lo salado del aire le recordaba al salitre de sus besos. El vaivén del mar recordaba lo hipnotizante de su sonrisa.
Se dio cuenta que justo ese mes iban a hacer dos años que no sabía de ella. Cayó en cuenta que en aquellos tiempos nunca pensó que estar allí romanceando con ella era algo de otro mundo y tuvo uno de esos momentos que tienen los viejos cuando dicen: ¡Ay, qué tiempos aquellos!
Jorge se sentía bien allí, silbándole a la nada de la ausencia de su amada, comprendiendo que aquellos tiempos si eran algo de otro mundo, y que generalmente son esas cosas las que más duelen cuando acaban. Por un instante pensó en su madre. Y por un momento se preguntó si estar en casa con ella, encerrado en un apagón en medio de sus quejas y la agonía de los bichos, iría a ser algo que él echara de menos cuando, el tuviera el doble o triple de su edad y ya su madre no existiera.
Con esa pregunta miraba fijo, a lo lejos. Y en tal lejanía se preguntaba si al otro lado de ese inmenso mar estaba ella, quizás disfrutando serenatas que otro galán, más afortunado que él, le ofrecía.
La brisa del mar chocaba contra la mirada fija de Jorge como hacían las pequeñas olas contra el muro. Justo cuando la intrepidez del aire hacía rajar una pequeña lágrima en los ojos de Jorge, un policía le tocó la espalda.
- – Por favor compañero, carnet de identidad. – Solicitó el policía.
Jorge traía su identificación encima, y todavía como zombi, sin preguntar por qué se lo pedían, le entregó su carnet al policía.
Luego de revisar sus datos a través de un walkie talky, el policía le hizo tres preguntas:
– “¿qué haces tú aquí solo?, ¿a qué te dedicas? y ¿en qué andas?”.
A Jorge le parecieron que las tres preguntas averiguaban lo mismo. Pero según el policía las tres tenían diferentes respuestas, y de esas respuestas dependía en que camión se lo llevaban.
– Vine aquí a pensar oficial, huyéndole al apagón del barrio.
– Viniste a pensar. Esa es nueva. ¿Eres pensador?
– No, soy músico. Quiero matricularme en la escuela de arte el año próximo.
– Y yo quiero ser astronauta, como Tamayo. – Le dijo el policía.
– Hace dos años estoy tratando, pero no me aceptan.
– Seguro te falta aptitud revolucionaria.
– No. Me falta escalafón en dos asignaturas.
– Tú lo que eres un bruto chico. Por en vez de estar estudiando en tu casa estas aquí pensando en las musarañas en el Malecón.
– No me tiene que hablar así oficial.
– No. No te voy a hablar. Te voy a repetir las misma preguntas otra vez y a ver si me respondes sin berracadas: ¿qué haces tú aquí solo?, ¿a qué te dedicas? y ¿en qué andas?
– La respuesta es nada, a nada y en nada.
– Camión 3. ¡Agila! Por comemierda. Aquel que esta afuera de la chorrera. Dale.
Jorge se dirigió al camión que había señalado el policía. De lejos, se veía que tenía la cama trasera recubierta con láminas metálicas y una hendija entre las láminas y el techo. Al acercarse, veía que de vez en cuando una que otra mano de mujer salía por la hendija, y se oían chicas que gritaban: “déjennos salir, nos estamos ahogando aquí”.
Por su cabeza le pasó mandarse a correr, pues todos los policías, al igual que él, andaban a pie. Pero como él sabía que entre la Habana y su cielo no hay secretos, aunque lograra escaparse de esa escena, en cuanto llegara a su casa lo iban a agarrar.
En tales tramas llegó al camión, y el policía que allí lo esperaba le pidió el carnet otra vez. En lo que el oficial apuntaba sus datos en una lista, Jorge trataba de convencerlo de que él estaba en el Malecón, tranquilo, pensando, que él no había hecho nada.
- ¿Pensando? ¿que tú eres maricón? – le ladró el policía.
- No hay que ser maricón para pensar, oficial.
- Bueno, es que en esta calle hoy yo no he visto ninguna compañera turista buscando hombres, así que tú tienes que ser maricón.
- Usted no me entendió, yo no estaba buscando a nadie. Yo estaba tranquilo ahí sentado en el Malecón, pensando.
- ¿Pensando? Dale, sube, ahora te vas por maricón.
El policía abrió el candado que aseguraba la puerta trasera del camión y abrió una hendija de la puerta por donde Jorge debería subir. Al abrir la cabeza de cómo 10 mujeres se asomaron, pidiendo las dejaran salir. Todas gritando algo a la vez. El policía las amenazó con ponerle a todas cargo doble si seguían voceando, y a empujones logró que Jorge atravesara la barrera humana que aquellas 10 mujeres imponían. Detrás de él, la puerta del camión se cerró y todo quedó en total oscuridad. El amasijo de mujeres dentro del camión olía a tal engendro de perfume y grajo, que él no podía definir si aquello era un olor o era una estaca que le habían enterrado en el estómago. A ciegas y casi vomitándose de la peste, se dirigió al final del camión. Al llegar atrás, notó que había pisado algo o a alguien pero como no veía nada, justo al lado de lo que pisó, ubicó un pedazo de suelo libre, y se sentó.
Dentro del camión vivió un infierno peor que el que vivió en su casa. Jorge deseaba ahora mismo estar sentado junto a su madre oyendo la cantaleta del apagón y el “alumbrón” y las desgracias de la pescadería, junto a la lámpara de queroseno que fríe-bicho de su madre.
En el camión parecía que habían alrededor de 15 o 20 mujeres con la misma cantidad de quejas y frustraciones de su madre, pero todas expresándolas a la vez. Alguna, entre queja y queja lloraba, pero en general ninguna se callaba.
De pronto, la magia de sus pupilas permitió que, con la ínfima gota de luz de la luna que entraba por la hendija de entre las paredes y el techo del camión, Jorge lograra ver que, sentada, justo a su lado, había lo que era la silueta de una chica. Ella, tan callada como él, hace un rato que lo veía a él.
- Disculpa si te pisé niña, no te vi. – Le dijo Jorge.
- No importa, estoy acostumbrada. – Respondió ella con una voz muy jovencita.
- ¿Tú sabes para donde va este camión?
- Para alguna estación de policía.
- ¿Cómo? ¿Pero qué he hecho yo?
- Seguro lo mismo que nosotras.
- ¿Qué hicieron ustedes?
- Luchar.
- ¡No!, ¿que luchar de qué? Yo estaba sentado tranquilo en el Malecón cuando…
- Los desgraciados estos tienen cuota de gente que tienen que recoger y llevar a la estación, y hasta que no la cumplen no pueden llevarse el camión.
- ¿y nos llevan para una estación? ¿pero qué cojones es esto?
- No te quejes, que saliste con suerte. Los otros dos camiones van uno para artemisa a recoger viandas y el otro, que es el de las jineteras recurrentes, para villa Delicia.
- Villa Delicia, ¿no pudieron ponerle otro nombre más cínico a ese lugar?
- No, se lo pusieron bien. Allá los policías hacen delicias con las muchachitas que les llegan. Para ellos es una delicia.
- ¿tú has ido?
- No, mi hermana. Después de Villa Delicia la vuelven a coger en la lucha y va presa por dos años. Por eso ella se quitó de esto, y ahora tengo que luchar yo.
- ¿Presa por dos años, por qué?
- El cargo es “asedio al turista”.
- ¿Por jinetear?
- Por luchar.
- ¿Y a los tipos que pagan que les pasa?
- ¿A los extranjeros? Esos son los señores de esta casa. A ellos hagan lo que hagan nunca les pasa nada.
- Como dice mi madre, “esto es una mierda”.
Finalmente el camión arrancó.En el camino solo se escuchaban las quejas de las otras chicas en el camión. Jorge y la chica de la voz joven hicieron el trayecto callados. En menos de 15 minutos el camión frenó, y alguien afuera anunció que había llegado “la carga”. Antes que abrieran el portón trasero del camión la voz joven atinó a aconsejarle a Jorge que en la estación solo respondiera de “si” o “no”. Según ella, mientras más palabras dijera más tiempo lo dejaban en la celda. Al abrir el portón, algo de luz entró, Jorge vio con detalles a la chica, y la chica lo vio a él. Ella era rubia, de un pelo largo muy lacio. Parecía escandinava. Le corría la pintura azul y negra de los ojos por la cara, como si hubiese estado llorando. O quizás por el calor.
Jorge sentía miedo pero no lo quería demostrar. Miró alrededor y confirmó que no eran 15 o 20, eran 10 chicas dentro del camión, todas vestidas de ropas brillosas y muy caras, subidas en unos tacones altísimos. Con él y la rubia escandinava eran 12 en total. La rubia también usaba tacones pero estaba en short. Mientras esperaban para bajar, y para disipar la tensión él le dijo que, a pesar del chapapote que tenía en la cara, ella era muy linda. Ella no se sonrió del intento de chiste de Jorge. Fueron los últimos que salieron del camión. Jorge ayudó a bajar a la rubia.
Ya fuera del camión, Jorge se dio cuenta que estaba en la 5ta estación de policía, a unos 4 Km de su casa. Del camión se los llevaron a empujones para dentro de la estación, cuidando que nadie fuera a mandarse a correr. A él, ganas no le faltaban de hacerlo.
A las chicas las llevaron todas a una oficina, pero antes de entrar a la oficina ella le dijo, “mi nombre es Ana”. Jorge le respondió diciéndole el suyo. A él lo dirigieron a una celda. Y como no había luz en la estación, era una celda muy oscura. Jorge rastreó el lugar y se cercioró que estaba solo.
Tanteando encontró un banco donde sentarse. Allí pasó lo que le pareció ser una eternidad, pero fueron unas dos horas. Finalmente un oficial regresó, con una linterna y lo acompañó a una oficina, donde había un policía detrás de un bureau, escribiendo una carta mano a la luz de un quinqué.
- Es tu día de suerte. – Inició la charla el policía. Por tu delito te debíamos mandar directo a Pinar del Rio a recolectar tabaco. Pero fíjate qué suerte tienes, que no tenemos gasolina para llevarte. Por hoy te vas con una carta de advertencia. ¿Tú me copias?
-Si - Ya leí en el acta de entrada que dice que te trajeron aquí por maricón, y que estabas en el Malecón buscando turistas. ¿Sí o no?
- No.
- ¿No? ¿Me vas a decir que no? ¿Tú estás acusando de mentiroso a un compañero oficial de la Policía Nacional Revolucionaria?
- Entonces, si sigues de bocón te vas a morir en una celda. ¿Tú quieres irte hoy para tu casa o no?
- Si.
El oficial acercó el quinqué a la carta para que Jorge la leyera mientras él le hablaba. Jorge trató de leerla pero la carta estaba escrita a mano, en una hoja oscura de lo que parecía ser una libreta vieja. El no entendía ni una palabra de lo que decía la carta.
- Mira, en pocas palabras, ahí dice que si te agarramos otra vez “mariconiando” o en el jineteo con los compañeros turistas que vienen a disfrutar de la belleza de nuestra patria, te llevamos preso. ¿Tú quieres irte preso?
- No.
- Te voy a dejar ir con una condición: usted ha de conseguir un trabajo en un mes, o lo enviamos directico a Pinar del Rio a recoger tabaco. Porque de alguna manera tenemos que hacerlo hombre. En un mes exacto, usted regrese aquí a esta «mismitica» estación, con pruebas de su inserción en un trabajo. Si es preciso, en la construcción que eso lo pone fuerte. ¿Alguna duda?
- No.
Rápidamente el policía acuñó la carta, pero advirtió que no podrían firmarla pues se le había acabado la tinta a su bolígrafo mientras la escribía. Además le aseguró que la validez de esa carta radicaba en el cuño, no en la firma.
Jorge prefirió no tratar de racionalizar lo que decía el policía, ni cuestionar la validez de una carta oficial sin firmas. Simplemente aceptó la carta, y más frustrado que un león embotellado, dio tumbos por la penumbra de la estación hasta lograr salirse de aquella pesadilla.
Ya estando libre, se pregunto que habría sido de Ana. Miró a los alrededores a ver si por esos milagros de la vida la veía, pero las calles estaban desiertas. Miró al cielo, y vio que ya casi amanecía. Para llegar a casa, escogió las entrecalles mas apagadas del barrio.
No quería ver nada, ni que nadie lo viera. Iba muerto de hambre, y caminaba como en un trance amarguras. Al llegar a su barrio, dedujo que aun no había luz pues los postes de la calle aun estaban apagados. Nadie lo vio entrar a casa. Su madre dormía. Jorge fue directo a su cuarto y cayó rendido en su cama con la misma ropa que traía.
Al otro día no salió del cuarto. Ni al otro día. Allí vegetó por toda una semana de hambre, eternos apagones, quejas de la madre, y escuchó a un sinfín de bichos morir achicharrados al ser seducidos por la luz de la lámpara de queroseno de su madre.
La madre le traía comida a su cama, y lo invitaba a que saliera de ese cuarto, pero él le daba las gracias y le decía que no tenía ganas. Al presentirlo deprimido, la madre salió al barrio y logró resolver unos cables telefónicos para que Jorge le hiciera cuerdas a su guitarra. Eso fue la mayor alegría que Jorge había sentido en mucho tiempo. Enseguida le puso cuerdas a su guitarra y desde ese día, sin salir del cuarto, tocaba incesantemente tocaba su guitarra. Así se desahogaba.
Para la madre era un aliciente oírlo. Incluso había noches, que en vez de quejarse de todas sus recurrentes agonías, se quedaba callada admirando lo bello que su hijo tocaba la guitarra. Las canciones de Jorge la llevaban fuera de su mundo. Además, le devolvían un poco de música a Buena Vista. Hasta los vecinos venían a sentarse en la salita de la casa y escuchar a Jorge tocar guitarra. Ellos también se iban del mundo, y juntos, pasaban un poquito menos triste los largos apagones.
Para Jorge, teniendo la guitarra, los días volaban. Para el, habiendo música no habían frustraciones. El no le había contado a su madre acerca del fiasco del Malecón y mucho menos lo de la condición que le había puesto el policía. Aquello la afligiría inmensamente y añadiría demasiado material al repertorio de quejas nocturnas de su madre.
Después de un mes entero, llegó el día en que debía regresarse, como le dijo el policía, a la ‘mismitica’ estación, donde debería entregar constancia de haber conseguido trabajo. Se despertó temprano pero ya su madre se había ido a la pescadería a trabajar. Se levantó, desayunó, y se vistió plenamente resignado a que ese día se lo llevarían a Pinar del Rio a recoger tabaco.
Antes de salir de casa, le dejó una nota para su madre, que decía: “Mamá, voy a salir por un buen rato. No me busques, yo regreso. Un beso, Jorge”.
Caminó hasta a la estación y como si allí estuvieran vendiendo jamonada, tuvo que marcar y hacer una cola de casi dos horas para ser atendido. Lo llamó una oficial con más cara de desahucio que la que traía el. Jorge le entregó la carta de advertencia escrita a mano, en hoja de libreta, sin firma que le habían dado hace un mes en esa “mismitica” estación.
- ¿Qué es esto? – Le preguntó la oficial que lo atendía.
- Una carta de advertencia.
- ¿Tú te estás burlando de mí?
- No.
- Eso lo leí yo en el título. Yo te pregunto a ti ¿qué es esto?
- Bueno, es una carta, me la dio aquí un oficial.
- ¡Pero qué carajo dice, yo no entiendo esta letra!
- No sé. Me dijo que viniera en un mes a verlo.
- ¿A verlo para qué?
- Mire discúlpeme pero yo no sé.
- ¡Es que no saben trabajar esta gente! ¿A ver a quien fue? No está ni firmada.
- Es que no me dijo su nombre.
- Espérame aquí niño, voy a averiguar a ver si alguien reconoce esta la letra. ¡Qué barbaridad caballero!
Jorge no podía creer el circo en él que estaba metido. Allí lo tuvieron sentado media hora sin darle indicios de lo que pasaba. Ninguno de los oficiales de turno a los que la policía le enseñó la carta reconoció la letra del que la había escrito. Buscaron en los archivos de la estación para a ver si, por el nombre de Jorge, encontraban algún acta, para saber qué hacer con el muchacho. Por mucho que buscaron, no encontraron nada.
La oficial regresó y medio que regañó a Jorge por estarla haciendo perder el tiempo. Sin disculpas ni instrucciones, mandó a Jorge de regreso a casa. Tratando de determinar si se sentía más obstinado que aliviado, Jorge salió de la estación. Corrió sin parar hasta su casa. Llegó a las 11:30am de la mañana, un rato después que la luz había llegado a Buena Vista. Para su sorpresa, la casa olía a una magnifica sazón y encontró a su madre cocinando. El fue directo a darle un abrazo y a decirle lo rico que olía la casa
La madre le comentó que estaba muy contenta pues había logrado salir del trabajo a la hora del “alumbrón” para poder ir a cocinarle su comida favorita: arroz, frijoles negros y pollo.
- ¿Pollo? De papel ¿no? – Preguntó Pedro.
- Ningún papel, de carne!
- ¿Pero tú eres maga?
- No, es que una viejita me cambió las dos posticas de pollo que le dieron de dieta para el mes, por pescados.
- No es que perdió el pollo, ella perdió la cabeza.
- No, es que por lo del colesterol recomiendan comer mucho pescado. Así que hoy no salvamos, tenemos una postica para cada uno.
- Si, hoy es mi día de suerte, ¡parece!
- Parece que si mi vida, de hecho, me alegró mucho ver tu nota cuando regresé del trabajo. Primera vez que sales en un mes.
- Así mismo.
- A donde fuiste hijo.
- Por suerte a ningún lado. – Respondió Jorge, dándole un beso y un abrazo a su madre.
Jorge iba rumbo al baño cuando de pronto tocaron a la puerta de la casa. Jorge tuvo un mal presentimiento. Temía que era la policía que había encontrado los papeles. Presentía que habían venido a buscarlo para llevárselo a Pinar del Rio. El corazón se le quería salir del pecho. Sudaba frio. No sabía qué hacer.
Ya su madre estaba camino a la puerta para abrir. Le pidió que no abriera. La madre le preguntó por qué. El no le dijo. Volvieron a tocar la puerta. Ella insistió que debía abrir la puerta. Él le pidió que, que si era para él, dijera que no estaba.
Muy nervioso, Jorge corrió al patio. No quería que su madre tuviera que presenciar la triste escena de una patrulla llevándoselo a la estación de policía. Eso la entristecería horriblemente. Jorge brincó el muro del patio de su la casa, y se subió en el techo. De techo en techo llegó al de la casa de la esquina.
La madre había abierto la puerta. Era una muchacha. La madre le dijo que Pedro no estaba. La chica preguntó que donde estaba. La madre le dijo que no sabía. La chica le dijo que iba a tratar de regresar al otro día. La madre no entendía nada.
Desde el techo de la esquina, Jorge vigilaba su casa. En vez de la policía, vio que de su casa salía una muchacha. Una rubia. De pelo largo. Lacio. Parecía escandinava. Se parecía a Ana ¿Ana? ¿Esa es Ana? No puede ser ¡Si, es Ana¡ – Pensó.
- ¡Ana! – Gritó Jorge desde el techo.
Ella se volteó y de pronto no veía quien la llamaba. ¡Es Ana¡ – Se dijo a sí mismo cuando la pudo ver de frente, y siguió llamándola hasta que finalmente ella vio que era Jorge quien, desde el techo de la casa de la esquina, le estaba haciendo señas, para que lo esperara.
Brincando de techo en techo, Jorge regresó al patio de su casa. Del patio, entró a la casa y voló por al lado de la madre, que quería decirle que lo había venido a ver una mucha… Abrió la puerta y salió a la calle tan rápido que la madre no logró terminar de darle el recado que tenia para Jorge.
Con el corazón en la boca, Jorge llegó a Ana.
- Llevo un mes pensando en ti. – Le dijo Jorge al llegar a ella.
- Y yo llevo un mes con esto en mis manos. – Dijo Ana entregándole a Jorge un bulto de papeles.
- ¿Qué es todo esto?
- Tu expediente.
- ¿Qué expediente?
- El de la policía.
- ¿Cómo tú tienes esto? – Preguntó Jorge revisando los reportes que Ana le había entregado.
- Esa noche que nos arrestaron, soborné al policía que me atendió para que limpiara mi expediente, así cuando me cojan luchando otra vez no tener que ir a Villa Delicia. El policía me llevó a una oficina, y mientras buscaba mis papeles, vi unos reportes encima de su bureau que decían tu nombre. Me imaginé que eran tuyos. Cuando me trajo mis papeles, metí los reportes tuyos entre los míos, y me los llevé.
- ¡Me has dejado loco! Por eso es que hoy no encontraban nada a mi nombre ¡Me has salvado la vida!
- ¿Ya ves? Ahora me debes 20 quilos.
- Oye mi vida vale más que eso. – Aclaró Jorge.
- Estoy jugando chico.
- En serio Ana, te hubieras metido en tremendo lio ¿por que hiciste eso?
- No sé, por hacerles el daño a los desgraciados esos.
- Ah.
- Bueno, y también porque te halle muy lindo…
- Y tú eres preciosa. Sobretodo hoy que no llevas chapapote en la cara.
El pollo de 2 personas dio para 3. La mamá orgullosa de su hijo músico sugirió a Jorge que le cantara una canción a Ana después de la comida, a lo cual él asintió con gusto. Y como para él era sin duda un día de suerte, fue por su guitarra le dedicó a la chica una bella canción de Alejandra Guzmán, que se titulaba justo así “un día de suerte», que decía así:
“Tengo un pobre corazón,
que a veces se rompió, se apagó,
pero nunca se rindió
entre estrellas de cartón
perdí la ilusión que llegara un ángel
me levante y que me pida que lo ame
y de pronto un día de suerte
se me hizo conocerte
y te cruzaste en mi camino
ahora creo en el destino
tenerte por siempre conmigo
pero más suerte es quererte tanto y que tu sientas lo mismo”
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Culpese a quien se culpe por lo vivido en el Periodo Especial en Cuba, éste tuvo un sólo efecto sobre los cubanos… La degradacion mas humillante vivida, déspues de la matanza de nuestros aborigenes por los españoles. Quedámos reducidos a victimas inservibles, al fallo de un experimento, eramos el residuo de una ideologia, su mas triste vestigio… Para sobrevivirlo, sólo podiamos ser lo que quicieramos creer que eramos, el sometimiento no nos dejaba otra! Gracias Jocy por tu dedicacion a éstos pedacitos de Cuba.
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Si Cardenense, un experimento desastroso que nos dejo huellas para siempre… nos hizo quien somos y destruyo un poco de lo íbamos a ser sin haber tenido que pasar por eso… gracias por pasar un ratico aquí conmigo recordando ese pedacito de pasado. Escribiéndolo me transporté tanto, había tanto que podía haber dicho de Jorge… pero preferí enfocarme esa noche, que para el fue una pesadilla! yo tuve pesadillas así, creo que todos las tuvimos. Ni los policías sabían que hacer con tanto sometimiento… tenían que enforzar reglas pero no tenían ni bolígrafos, ni luz, ni carros de patrullas con que hacerlo. Me dijo mi amigo que tenían linternas en la estación, pero lo dudo porque de donde se sacarían las baterías? no habían baterías, recuerdo que no habían ni velas…
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A pesar de esa es gracia vivida , tu relato me tocó mucho. Bella historia, me emocioné cuando tocaron esa puerta jejeje
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Estuvo interesante, memorable, me trajo malos recuerdos, etc., pero la «cagaste» con la carta de advertencia de la policía. Eso no se acerca para nada a la relalidad, ni el más imbécil de los policías cubanos (y aseguro que los hay por miles) escribiría una estupidés así. Claro si estás escribiendo comedia, tienes el 100% de mi voto aunque mas bien creo que es una burla a quienes te leemos
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Mil disculpas de antemano Adolfo por sentirse burlado. No fue mi intención y para nada la intención de mi cuento. Es comedia. Ayúdeme a entender su punto de vista, ya que para mi es muy valioso su comentario para poder pulir el cuento. Mi pregunta es:
– el cuento no dice que el policía escribió la carta así. El cuento dice que el policía había escrito una carta a mano y se la había explicado así a Jorge. En el cuento no le queda esto claro? Cuál exactamente la parte que le quita credibilidad a la historia?
Mi percepción es que el policía quiso asustar al muchacho no perjudicarlo. Pero Nunca sabremos la verdad si fue que se acabo la tinta o le dio una carta sin firmar a propósito. Usted cree que deba aludir a esto en el cuento?
Lo que si le puedo decir es que es una historia real y necesito que aunque ‘loca’ la historia sea creible.
Me alegro mucho que le halla traído recuerdos. Y Gracias por leer el cuento!
Jocy
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Muy bueno su cuento, disfrute leyendolo.
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Cuanto me alegro 🙂
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Ay Jocy no se si es que yo hoy ando con Cuba a flor de piel o que esta historia me gusto tanto que me saco sus lagrimitas. Yo Naci en el 92, pleno periodo especial y la verdad no tengo muchos recuerdos, para no decir ninguno, pero siempre que estamos toda la familia unida los mas grandes hablan de aquella epoca con dolor y orgullo al mismo tiempo.
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Reblogueó esto en AdriBosch's Magazine.
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Bravo Jocy, me encantan tus relatos. Los cubanos que llevamos impresa en el alma (para siempre) la marca de ser unos cubanos especiales, por haber sobrevivido el periodo especial, tenemos la capacidad de perdonar, pero jamas de olvidar el daño que nos infligieron, el horror de aquellas noches sombrias, sin luz y sin esperanzas.
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fue tenebroso y recordarlo y regresar a un pedazo del pasado sin luz y sin esperanzas, para mi, es un exorsismo. Es una manera de reconocer la dicha que gozo hoy.
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YO NACI EN 1983 , ERA UN NIÑO EN EL PERIODO ESPECIAL , PERO TAMBIEN TENGO MUCHOS RECUERDOS DE ESA EPOCA Y DE COMO ME MARCO LA VIDA ENTERA. CREO QUE ESTA ES UNA DE LAS POCAS VECES EN LA VIDA QUE LE DARE LAS GRACIAS A ALGUIEN POR RECORDARME LOS MALOS MOMENTOS DEL PERIODO ESPECIAL
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Reblogueó esto en gacejas.
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El período especial magnífico título para un libro pero creo q tendría muchos tomos si fuéramos a contar todo lo q vivimos los cubanos , las humillaciones, abusos, desmanes, atropello, a mi madre la llevaron a juicio X la famosa ley cubana d ACAPARAMIENTO y X supuesto eran los mismos policías quienes de terminaban lo más y lo menos q tu podías poseer dependiendo d q tanto quisieran ellos el producto o artículo q tu tuvieras , muchas fueron las historias vividas entre risas y llantos q vivimos los cubanos sin importar edad , sexo o religión pero una cosa si dejo bien claro y es q a los cubanos nadie le roba su alegría para siempre ni sus ganas X la vida y q somos un pueblo ingenioso , talentoso , y q siempre como decimos en mi tierra
SABER ECHAR PARA A DE LA NTE
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Amiga Danaisy, me encantaría oir mas de la triste historia de su madre, la famosa ley cubana de Acaparamiento era difícil. Sobre todo porque no había ley, se ajustaba mas bien a lo que entendia un policía que no parecía entender nada. No fuera justo que un libro se llamara El PEriodo Especial porque no importa cuantos tomos tuviera, dejaría tantas historias y tanta gente fuera. Yo tengo pensado ponerle al libro donde quiero publicar 10 de estas historias; Habana en Especial, o quizás Buena Vista en Especial, porque soy de allí, y allí es donde sucedieron las historias que quiero contar en ese libro. Gracias miles Danaisy por su comentario y espero tenerla de vuelta en este Pedacito virtual de Cuba. Un abrazo, Jocy
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Que bonito Dios mio!!
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Me alegro que le guste Alberto, una historia muy real cubana. Espero se haya sentido un ratico alla en Cuba leyéndolo. Saludos, y espero verlo por aquí otra vez. Jocy
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Reblogueó esto en Liti-Peq Espanol.
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Excelente relato, en Venezuela estamos pasando una crisis similar a esta, pero creo que aún no tocamos del todo fondo… Pero los apagones están a la orden del día y la escasez de comida y medicinas sigue imparable… Yo le agregaría a esta suerte de «periodo especial venezolano» la gran inseguridad que nos arropa, como bien saben Venezuela es un país sumamente inseguro, muchas muertes violentas (sólo comparado con Honduras y El Salvador) y la sociedad cubana no sufre esta inseguridad tan desbordada que tenemos nosotros… pues tan sólo en 2015 asesinaron 27 mil personas… Sólo me queda una duda, si hablas del período especial no se supone que fue en los noventa? Pues la canción de Alejandra Guzmán es de 2011… O aún en 2011 había tal periodo especial? Ya para esa época no recibían ayuda de Venezuela? Ya no habían cesado los fuertes apagones? Muchos saludos…
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