El militar, sentía que la “adelantadita” que María había pedido ya se había hecho larga. Buscaba un lugar donde dejarla, pero las notas del perfume de ella tocaban serenatas con las teclas de sus sesos. Era difícil parar el Jipi y terminar esa “botella” 13901115453_b911e58d94_bsin saber un poco más de ella.

  • ¿Y tú a qué vas a la Habana oliendo al que se comió una mata de jazmín entera? – Preguntó el militar.
  • Podrías decir que en busca de una vida nueva.
  • ¡Oh! Eso de vida nueva y lo del machete de tu padre me suenan a “escapándome de mi casa”.
  • Adivinaste. – Respondió María guiñando un ojo.
  • ¿Y a que le huyes tú tan joven?
  • Mi pueblo me ahoga y mi padre me asfixia.
  • Deberías pensar eso dos veces.
  • Ya lo pensé mil. Quiero irme, quiero crecer.
  • En la Habana no vas a crecer. Allí lo que te vas a morir de hambre.
  • Mejor que me mate el hambre de la Habana. En Buenaventura ya traté de quitarme la vida dos veces.
  • ¿Cómo que quitarte la vida?
  • Sobreviví ambas. Pero a modo de llegar viva al otro lado de mi adolescencia me prometí en cuanto pudiera me iría de Buenaventura, a realizar mis sueños.
  • Ven acá, tu por casualidad te escapaste de una novela cubana de esas que ponen en el Canal 6?
  • Ese es el gran problema de este país, últimamente nadie cree en eso de los sueños.
  • A ver, ¿Cuáles sueños, los de encontrarte un extranjero para casarte e irte del país?
  • ¿Por qué dices eso?
  • Es que todas las chicas que he montado por estos pueblos van rumbo a la Habana, van con ese sueño. Ya me cansé de oír eso.
  • Yo voy a estudiar. No se, a hacer algo que me guste, y a hacerlo por mis propios medios.
  • ¿Estudiar qué?
  • No sé. Yo quería la escuela de arte, pero cuando me llegó la matricula mi padre no me dejó irme a la Habana. Como otra opción me gustaría la escuela de circo.
  • Oye, primera vez que oigo a alguien decir eso. ¿Qué quieres ser, payasa?
  • Trapecista.
  • ¡Ah claro! Mucho mejor esa profesión que la de payasa – Comentó burlón el militar.
  • Me encantan los trapecios. ¿Tú has visto el circo de la Habana?
  • Nunca. Pero me imagino que con el hambre que hay allá, se estén cayendo la gente de los trapecios y les haga falta personal.16157999002_b226da992e_b
  • ¡Ay qué pesado eres! – Se quejó María revirando los ojos pero muerta de la risa.
  • Bueno mira, ya te adelanté un tramo. No nos dejan montar gente, sobre todo chicas porque dicen que van a lo del turismo. Pero creo que no eres de ese bando pues la mayoría que he montado no saben ni que es el circo. Te voy a adelantar hasta Matanzas.
  • ¡Ay qué bueno! Gracias ¿Y cuán lejos está Matanzas?
  • Entre los baches, puntos de control y alguna otra paradita que hagamos nos demoramos lo mismo 10 que 20 horas.
  • ¿Qué son puntos de control?
  • Casetas con policías a lo largo de la carretera que revisan los carros que traspasan de provincia a provincia.
  • ¿Está prohibido cambiar de provincia?
  • No. Pero los campesinos van generalmente a la Habana cargados de mercancías ilegales que allá no hay, para venderlas.
  • Mercancía como que.
  • Comida. Mucha comida. Y eso es ilegal.
  • Llevar comida a los que tienen hambre no debería ser ilegal.null (1)
  • De acuerdo. Pero de eso mejor ni hablar. Porque para entender los engranes que hacen girar nuestro sistema nos haría falta 100 viajes a la Habana.
  • ¿Entonces qué pasa si nos paran?
  • Como este carro es militar, no nos revisan. Y si nos paran simplemente le decimos al policía que eres mi novia.

María se quedó pensando en lo de “novia”. Ella, cada vez que trataba de hacerse novia de alguien Juan Manuel lo arruinaba todo. Él decía que él sabía lo que los hombres querían de las muchachas. Y aseguraba que lo decía por experiencia. Y las gentes que siempre hablan “por experiencia” son imposibles de persuadir. Por un instante sintió deseos que los parara la policía para que alguien dijera que ella era su novia, pero pronto se dio cuenta que únicamente sintió eso por las grandes ansias que tenia de contradecir a Juan Manuel. Los “próximos pasos” habían salido más o menos bien. Luego de una hora de viaje  María se permitió sentir el alivio del que se escapa cuando ya está fuera de peligro.

  • Primera vez en mi vida que no temo que mi padre se aparezca en su caballo dando gritos. Yo creo que perder el miedo es el primer paso para crecer.
  • Cuidado María. Te bajaste del caballo de tu padre y te montaste en el de la vida. Antes tu preocupación era jugarle cabeza a tu padre y ahora será jugarle cabeza a la vida. Y créeme, eso sí es preocupación.
  • ¿Por qué dices eso?
  • No hay nada más preocupante que tener que constantemente mapear nuestros “próximos pasos” en terrenos desconocidos. Yo creo que esa es la gran tarea de crecer.

A María le sorprendió cuanto rato le tomó para encontrar un argumento a favor o en contra.

  • Yo creo que para crecer solo hay que sentirse chiquito, se crece a cualquier edad y muchas veces en la vida, con la diferencia que yo nunca pude hacerlo. Pero si según tú crecer tiene que ver con mapear pasos dime, después de Matanzas: ¿cómo hago para llegar a la Habana?
  • Oh, esa es mala.
  • ¿Ay pero usted que comió hoy pan con pesimismo?
  • No es pesimismo, es que la mayoría de los carros que salen de Matanzas a la Habana son alquilados por extranjeros y en esas zonas los policías andan feroces detrás de las jineteras.
  • ¡Yo no soy jinetera¡ Ya se lo diré a los policías. Camilo se detuvo a mirarla antes de responder.

Al darse cuenta que María hablaba en serio trató de buscar una forma gentil de romper un poco el cascarón de ingenuidad dentro del cual vivía aquella niña.

  • Mira, con esa porte de modelo tuya, vestida así y parando carros de extranjeros, te costará un mundo convencer a un policía que no eres jinetera.
  • Con el respeto que usted se merece compañero militar, como yo no lo soy el policía me lo tendrá que creer.
  • Bueno, si te pasa piensa en este viejo.
  • Usted no parece tan viejo.
  • Más viejo que tú seguro. Tengo 36 años, mucha calle, y soy sicólogo militar. Algo debo saber no?
  • No pareces tan viejo.
  • ¿Entonces por qué me tratas de usted?
  • Es el uniforme. Como que asusta un poco.
  • ¿Asusta? Bueno, yo soy carnívoro pero no caníbal. Así que trátame de tú.

A tan solo a unas horas lejos de Buenaventura y ya María había aprendido lo que en años no había podido en casa: el arte de arreglárselas sola por el mundo.

Dos puntos de control pasaron sin dar la oportunidad a María de oír a alguien referirse a ella como su novia. Dos o tres De la novela_ María mariposaPor_ Jocy Medinaprovincias más allá de Holguín fue que María se dio cuenta que le había contado cosas bastante personales al militar, pero aún no se sabía su nombre.

  • Camilo Tamayo, para servirte. – Respondió el militar en cuanto María se lo preguntó.
  • ¡Pero ese nombre no te pega!– Le dijo ella.
  • ¿Cómo que no me pega?
  • Camilo, es como el de un hombre cubano, y Tamayo es como el de un ruso.
  • Bueno, Camilo me pusieron obligado pues a todo el que nacía el 28 de enero en Cárdenas había que ponerle así. Y Tamayo, ¿sabes quién era Tamayo?
  • ¿Un ruso, no?
  • No, era un cubano que en el 1980, en vez de irse a Miami, se fue con un ruso al cosmos. Él era de Guantánamo, como mi padre.
  • Ah sí, me acuerdo, ¡el primero que llegó al cosmos!
  • Ese mismo.
  • Así que te voy a decir Camilo Cosmonauta.
  • ¿Y a ti como te digo belleza?
  • A mí, María. María Mariposa
  • ¿Por qué Mariposa?
  • Así me dicen en el pueblo porque desde pequeña le decía a la gente que cuando fuera grande yo quería “volar”.
  • ¿Volar? ¿No te daría miedo volar?
  • Mi gran miedo es imaginar que nunca podré «volar».
  • Caso resuelto. Como yo soy un Cosmonauta, yo mismo te llevo a volar. – Dijo Camilo.
  • Quizás, Cosmonauta. La vida nos lleva al cielo cuantas veces la dejemos. Así que, quizás. – Respondió ella.

Aquel “quizás” atravesó los sesos de Camilo como una bala fina. El la miró a ver si ella añadiría alguna aclaración para el “quizás”. Pero María optó por el suspenso. Mientras él confabulaba si aquella linda chica se le estaba insinuando, ella disfrutaba el merodeo que su “quizás” infundía en los sesos del militar. El silencio de ella le decía a gritos a Camilo que hiciera o dijera algo, pero no sabía realmente que cosa. María no habló más, dejando que el suspenso causara todo el estrago que pudiera en la cabeza de él.

Después de comentarle a Camilo que no había dormido nada la noche anterior, se quedó rendida por unas horas. Se despertó al percatarse que el motor del Jipi aminoraba la marcha.

  • ¿Estiramos las piernas un ratico? – Preguntó el Camilo antes que ella preguntara para que habían parado.

Por la cantidad de matorral a María le pareció rara la pausa. A lo lejos se veían árboles, pero ni casas había alrededor de ese lugar.

(Continuará…)

Jocy Medina, Para «Un Pedacito de Cuba»mujeres cubanas

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