Por la cantidad de matorral a María le pareció rara la pausa. A lo lejos se veían árboles, pero ni casas había alrededor de ese lugar.
- Hay un riachuelo cerca. ¿Quieres ir? – Pregunto él.
- Que vamos a hacer allí. – Dijo ella recordando lo que los camioneros hacían en los matorrales con las chicas de Holguín.
En vez de responderle, Camilo se adentró a un estrecho trillo, denso en plantas, que nacía justo enfrente de donde él había parqueado. Él le abría el paso empujando hierbazales y ramas hacia los lados con sus fuertes brazos y ella sentía se cerraban a su espalda al avanzar detrás de él. Por el olor a verde seco María dudó que hubiera algún riachuelo cerca, pero para su sorpresa el trillo terminó y abriendo sus inmensos brazos Camilo mostró un paisaje que le regresó el habla a ella.
- Ay, cosmonauta ¡qué bello este lugar! – Exclamó María.
- Cuba es un joyero. Guarda tesoros en los rincones que menos te lo esperas.
Sin siquiera pensarlo María soltó los tenis y fue corriendo hacia las salteadas piedras que sobresalían del riachuelo. Con sus claras aguas salpicó sus brazos y su cara derritiendo el empegoste de polvo que los recubría. Tal frescura la invitó a saltar sobre las demás piedras, llegando hasta casi hasta el centro del riachuelo desde donde se veía los arboles abrazar celosamente las aguas a ambos lados del riachuelo. Desde una piedra lisa y con los pies interrumpiendo el curso perfecto del agua, María invitó a Camilo a que viniera a sentarse con ella.
- No, gracias. Es que no quiero quitarme las botas. – Respondió Camilo a cada una de las invitaciones de ella.
Desde la orilla, Camilo notó que la escena de María ya semi–acostada en la piedra, con su cara ávidamente buscando el sol, plantaba su blusa sobre la noble humedad de sus bien redondos senos. La falta de viento fijaba la tela a la piel, dejando nacer dos afilados pezones también apuntando al sol. La escena delataba la falta de sostén y una tensa solidez le indicó a Camilo que la pose le hacía daño. “Hace meses que no veo un cuerpo de mujer, y hace años que no veía uno como ese”. Pensaba Camilo sin quitar la vista de la foto humana que tenía delante.
Y cuando las ganas de ir comerse esos mangos se hicieron casi más potentes que su poder de autocontrol, Camilo se dio una brusca vuelta rumbo al trillo, y le voceó a María que se tenían que ir.
- ¡Vamos a bañarnos! El agua esta calentísima. –Insistía ella desde la piedra.
- No. Sale ya, tenemos que irnos.
- Pero tan rápido, vamos a quedarnos un ratico. – Gritó ella poniéndose los tenis pues Camilo ya se había adentrado al trillo.El la esperaba con sus frondosos brazos abiertos a que ella entrara al matorral. Al tenerla de frente y bien cerca quiso decirle que sentía.
- Quizás yo lleve el uniforme, pero aquí la que asustas eres tú.
María extendió una mano y desabotonó el primer botón de la camisa de Camilo, rogando otra vez que fueran a bañarse. No obstante, Camilo insistió en que debían irse.
Al Jipi se le había enfriado el motor pero el de la hombría de Camilo estaba al explotarse. Arrancó creyendo que había sido una terrible idea haber parado en el riachuelo, y trató de obviar las recalcitrantes protestas de María por no haberse ido al riachuelo con ella.
Dejó que el fresco del viaje le regresara el enfoque al timón, pero ella que tenía arte para tocar temas candentes con palabras transparentes, regresaba la atención de Camilo constantemente a ella. Hasta que llevó la vista a la caída del sol, y sin terminar una de sus ideas se quedó dormida.
El vapor que escondían los montes que ladeaban la carretera aceleraba el olor a jazmín que emanaba de ella. La vista de Camilo nunca dejó de querer fugarse a la húmeda trasparencia de la blusa de ella. Sus ojos una vez quisieron perseguir la trayectoria de las gotas de sudor que corrían desde el cuello de María rumbo a los pechos y el Jipi por poco choca contra una vaca muy flaca que quería cruzar la carretera. Camilo quería saber más de aquel jeroglífico humano que había recogido en Holguín, pero la prefería dormida y callada.
Cuando María despertó, reconoció los ojos con que Camilo la miraba. Eran del hambre que desajustan los parpados de los hombres cuando ven algo que les gusta. Sintió placer por haber magistrado el arte de debilitar a un hombre con mera sensualidad.
- ¿Qué te pasa Cosmonauta? – Preguntó María para ver si el decía lo que en ese momento le traía ruido a sus silencios.
- Nada, estoy un poco cansado.
- ¿Cansado de mirarme?
- No, cansado de manejar.
- ¿Un cosmonauta cansado? ¿Y así es que tú piensas llevarme a volar?
- No te preocupes, yo pienso llevarte en un cohete, no pedaleando en una bicicleta. – Respondió Camilo, que creía en el humor como forma disipar tensiones.
María entendió la estrategia y se rio del chiste. Las horas de viaje y los baches de la carretera eran suficientes para exterminar las energías de cualquier vivo. Con hambre era difícil seguir sonsacando al hombre pero cuando una mujer muerde las ganas de un hombre, no suelta hasta que no lo sabe muerto por ella.
- Ay Cosmonauta, tengo hambre. – Le dijo.
- Estamos a una hora y media de las Cuevas de Bellamar, que están cerca de mi pueblo. Mi mejor amigo, Fito, trabaja en el restaurante de las Cuevas y si quieres…
- ¿Me vas a llevar a comer a un restaurante? ¡A mí nadie nunca me ha llevado a comer a un restaurante!
- ¿Nadie?
- Mi padre le hubiese pegado candela al restaurante.
- ¡Oye cuanto me alegro el caballo de tu padre no tiene motorcito.
- ¡Y dilo! Ya a esta hora debe andar como un loco buscándome por todo Buenaventura.
- ¿Y tu mamá? Ha de estar preocupada también
- Parte de ella sabía que yo un día me iría del pueblo y la otra parte ignoraba saberlo para no buscarse problemas con mi padre. Es frustrante.
Lo que María nunca pensó fue que al alejarse de lo frustrante de su pueblo extrañaría algo. En los próximos kilómetros se descubrió pensando que justo a esa hora su padre empezaba la comida. Sentía el fuerte olor a ajo que caramelizaba las cebollitas, seguido de un fuerte olor a sazón que sin falta la seducía a la mesa de la casa.
- Ay que hambre. ¿Tú no tienes hambre, chico? – Preguntó María.
- Yo estoy acostumbrado a pasar hambre. – Dijo Camilo acelerando un poco más el Jipi.
- Yo no sabía que el hambre creaba costumbre.
- Yo creo que tú no sabes lo que es hambre.
- Claro que lo sé.
- ¿Si, como? Porque en Holguín la comida no falta.
- En los documentales de África. Ahí se ve lo que le hace el hambre al cuerpo que lo sufre.
- Lo interesante del hambre no es lo que le hace al cuerpo, es lo que le hace a la mente. Solo ante el hambre es que los humanos dejan de ser diferentes y sufren de la misma forma. Ya lo veras en la Habana.
- A mí me parece que el hambre es necesario. Es el motor que mueve a los animales. Solo los seres vivos sienten hambre, así que tener hambre es una señal de estar vivo.
- las que no se pueden hablar en teoría. Cuando hayas comparado la realidad del hambre contra lo que aprendiste en tus documentales, por favor me llamas.
- ¿Y si cuando te llame y me responde tu mujer que le dijo, que soy tu novia de la Habana?
Camilo se acercaba cada vez más al timón pues la calle se parecía que hacía más tenue, los huecos mas inmensos, las palmas más oscuras, y los flechazos de María mas irresistiblemente directo al corazón.
Las luces del restaurante de las Cuevas dejaron ver a Camilo cuan pálida estaba ella. Sentándose a la mesa Camilo pidió un ron doble para él y lo pidió primero que vio en la carta para ella.
- Un entremés de jamón y queso.
- No hay ni jamón ni queso.
- ¿Qué hay? – Preguntó Camilo en vez de adivinar plato por plato.
- Mortadella.
- Traiga mortadela.
La mortadella tenía más huecos que carne, pero la poca carne que calló en su estomago devolvió algunos de los colores que había traidor el hambre a la cara de María.
- Me encantaría ver las Cuevas de Bellamar. – Dijo María. Al oírla hablar Camilo supo que no se le había muerto la pasajera. Llamó al mesero para pedirle que llamara a Fito.
- Fito está solo en la cocina y no puede salir al salón
- Entonces voy a verlo.
- Está prohibido a los clientes entrar a la cocina.
- Oye yo soy su hermano de toda la vida.
- Ah herma, si yo no te dije que no nadie te negó el permiso.
- Ah ya, no hay lio otro día paso. – Dijo riéndose Camilo.
Camilo regresó la vista a un plato vacio de entremés de mortadella y a una cara que pedía que el atendiera un comentario que él había dejado inatendido.
- Te dije que me encantaría ver las Cuevas. – Reiteró María con su sonrisa de regreso.
- ¡Si fuera de día te llevara a verlas, son bellas!
- ¡Yo quiero verlas!
- Ya están cerradas. A eso hay que ir de día.
- ¡Llévame mañana!
- Mañana ya tú estarás tirándote de los trapecios en el circo de la Habana.
María no le sorprendió que Camilo no entendía, pues en vez de carne, le había dado ron a sus neuronas.
- Lo que te digo es que podemos quedarnos a dormir en algún lugar. Y mañana vamos a las Cuevas.
- Me vas a volver loco María.
- ¿No te gustaría dormir conmigo?
A Camilo el ron le enredaba las respuestas. Sabía la que quería darle, y la que debía.
El ver a María chuparse los dedos que aun sabían a entremés le daban ganas de chuparla ella. Ella miraba esperando respuesta a su pregunta. A pesar del ron, la garganta de Camilo estaba seca y la respuesta no salía.
En vez de responderle, tomó el permiso no negado del mesero para ir a la cocina a ver a Fito.
- ¡Herma! – Dijo Camilo en cuando vio a Fito.
- ¡Cami, que sorpresota! ¿estás de pase?– Respondió Fito ofreciendo un sudoroso abrazo y regresándose al caldero de salsa que vigorosamente revolvía.
- Si pero tengo un lio.
- ¿Qué pasó, Berta te anda atrás otra vez con una cabilla?
- Peor. Mira con disimulo la niña de la mesa de la entrada. La del florón gigante en la cabeza.
- No puedo herma mira todos los pedidos que…
- No ¿qué pedidos? Sale y mírala. – Le dijo Camilo empujándolo a la puerta.
- ¡Ay, jamoncito de pierna de verdad! ¡Y porque a mí lo que me caen son alitas de pollo! – Respondió Fito regresándose a la salsa.
- La acabo de conocer atravesando Holguín. Me acaba de decir que quiere dormir esta noche conmigo.
- ¡Ay si esas Holguineras vienen con caja quinta!
- ¿Qué hago herma? Berta ya sabe que llego a la casa hoy.
- Cuando la vida te tiró una toronja, te tuviste que casar con ella. Ahora que te tira jamón tienes que hacer bocadito.
- Déjate de juego Fito que estoy en un lio.
- Yo no veo el lio chico.
- Como que no, si llevo horas pidiéndole al soldadito que baje el rifle.
- Hermano, ¡métale con el rifle!
- ¿Y Berta? Tú sabes de su colección de cabillas.
- ¡Es que tú te enredas y ahí es donde te sale Berta con la cabilla!
- Fito habla claro viejo.
- Valla, mate la carnita esa, y mañana por la mañana regresa a donde Berta que a cualquiera se le poncha una llantica. ¡Mira, mi otro chef está de franco y me deja las llaves de su cuarto en Santa Marta para que yo duerma ahí sí quiero. Él sabe que tú eres mi hermano así que coge las llaves y me las traes mañana antes de irte a ver a Berta.
- Bueno, pero tengo que llamarla…
- Olvídate de eso. Yo regreso a Cárdenas hoy y le hago cualquier cuento a tu toronja para que mañana cuando llegues no esté muy ácida.
- Acere te debo una.
- ¿Una? Un millón. Mira agarra este cartucho. Ahí tienes una botellita de ron y unos quesos para que piques con tu jamoncito esta noche.
- Fito el mesero me dijo que no había queso.
- Le hubieras dicho que eras mi hermano, porque para los hermanos de Fito si hay queso. –Dijo abrazando a Camilo y aventándolo a que saliera ya de la cocina.
(Continuará…)
Jocy Medina, Para «Un Pedacito de Cuba»
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