El campanear de las llaves que sostenía Camilo respondió la pregunta que él le no había contestado antes de irse a ver a Fito. Y no solo respondía que “le gustaría dormir con ella” sino había que había encontrado una forma de hacerlo.
A partir de ahí en vez de hablar solo se miraban. La pícara sonrisa María le indicó a Camilo cuanto la había maravillado esa sorpresa. El la miraba con los ojos que un hombre mira a la botella que se tomará esa noche. Y no es que quería engancharse, pero esos pezones afilados zigzagueando bajo la blusa eran una carnada ante la boca de un pescado muy hambriento.
Manejar a Santa Marta, fue como alar cordel para que la carnada se acercara más a su boca. María en tanto pensaba en lo excitante que estaban resultando los primeros pasos de ser grande. Al abrir la terca cerradura del cuartico en Santa Marta, Camilo abrió un poco las ventanas para dejar que la poca brisa de la noche despejara el ardor que en poco tiempo sufriría aquel cuartico.
La excitante reacción de María al ver un colchón camero en el centro del mal amueblado cuarto, fue ir a dar brincos.
- ¡Trampolín! – Dijo ella saltando encima del colchón.
- Oye bájate de ahí, que no estás en el circo. – La regañó Camilo buscando el ron en la bolsa que le había dado Fito.
- Vente Cosmonauta vente.
- Para de saltar María que le vas a romper los muelles.Queriendo dejar sus manos libres para ir directo a desabotonar la blusa de ella, Camilo le ofreció el primer buche de ron a María.
- Yo no tomo. Gracias.
- ¿De veras? Es Habana Club 3 años.
- Que rico este colchón. – Dijo ella tumbando su cuerpo sintiendo que en el si le cabían las piernas.
- De veras me intrigas. – Dijo Camilo descendiendo al nivel de ella y buscando besar los labios que pronto conducirían a la tan deseada blusa.
- Yo soy una asesina que coge botellas en la Carretera Central y mata a los hombres por la noche. – Respondió María esquivando el avance con un chiste y poniéndose de pie de un salto.
- Tú te burlarás pero te confieso, me encantas y me asustas a la vez. La peor combinación que existe para un hombre.
- Dale, vamos a darnos un baño, allí te cuento quién yo soy. – Dijo María desabotonando suavemente la blusa dejando aun tapadas pero accesibles, sus seductoras maravillas.
- ¡Ay mi madre bendita, de dónde tú saliste mujer? ¿O niña? Oye sabes que no te he preguntado, cuántos años tienes? – Preguntó Camilo poniéndose de pie en un salto. – ¿Ya eres una mujer, no?
- Más o menos. Depende a lo que tú le llames mujer.
- No, no. Mi concepto de mujer está muy claro. Enséñame tu carnet de identidad.
- Ay no seas bobo Cosmonauta.
- No. Muéstramelo, que yo he visto las niñas de 15 como engañan hoy en día. Y con esas saltaditas en el colchón ahora que lo pienso no te doy más de 12
- ¿12? Tú crees que estos senos son de 12. – Respondió María abriendo completamente su blusa y dejándola caer al suelo.
- Ponte eso chica. Dame el carnet ¡que yo no quiero ir preso! – Dijo Camilo sujetándose fuertemente al alero de la cómoda para no lanzarse a esos pechos.
En lo que María ahondaba en la bolsa, Camilo trataba de obviar las largas piernas de María separando al short justo donde él quisiera en ese instante estar ahondando. Buscaba el lado positivo de que el carnet le diera una razón de peso para el tener que declinar los avances de ella. Pero solo encontraba el lado oscuro de las insinuaciones de ese short.
Ella dejó que el verificara que con casi 22 años, quizás no era totalmente correcto estar allí, pero tampoco era ilegal. Por hábito de profesión, Camilo revisó todos los detalles del documento de ella, queriendo buscar algo más que delatara quien era esa mujer que le estaba derritiendo la sensatez a su cabeza.
- Quizás no lo seas, pero para mí eres una niña. – Dijo Camilo.
- Si “20 años no es nada”, 14 de diferencia, mucho menos. Relájate Cosmonauta.
Diciendo eso, María dejó un trillo en el suelo con las pocas ropas que aun la vestían. Al llegar a la puerta del baño y voltearse, sin decir palabra, convenció a Camilo que ningún detalle de su desnudo cuerpo parecía al de una niña. La imagen paralizó las intenciones de irle detrás. Fue allí que Camilo comprendió cuán difícil sería comerse el pececito sin que el anzuelo lo enganchara.Desde la ducha María lo llamaba “¡Arriba Cosmonauta, ven a bañarte!” y hasta él mismo se preguntaba por qué su cuerpo no atinaba a moverse. Un buche de ron doble finalmente lo desprendió de la cómoda a la que estaba incrustado.
Un dulce olor a jabón lo invitó a abrir de a lleno la puerta. Ya en la ducha, robó el chorro de la ducha, dejando que lo templado del agua enfriara el volcán que bullía en el tope de su cabeza.Las ganas doblegaron el cuello de Camilo directo a los tan deseados senos. Los chupaba con ofuscación mientras algo le decía a María que debía interrumpir la comelata para decirle a Camilo lo que estaba comiendo: los senos de una mujer que no había tenido sexo jamás.
Ante tanto entusiasmo pensó que sería mejor dejarlo romper la muralla que existía entre la niña y la mujer que vivían dentro de ella, sin saberlo. Pero algo aun le decía que engañarlo sería peor. Trajo la cabeza de Camilo a la altura de sus labios y aun sin decidir cómo se lo decía, comenzó el intento.
- ¿Te puedo pedir algo Cosmonauta?
- Mira, en estos momentos si me pides un cohete, te lo aterrizo en la puerta de este baño. – Respondió Camilo con su dureza dictando que regresara a los senos.
- Quiero que me hagas el amor.
- ¡Muchacha, pero eres una flecha! Tranquila que a eso vamos.
- No, escúchame. El amor, no como montan a las yeguas así de espaldas. ¿Sabes? El amor. Suave, y delicado.
- Si. El amor María, allá vamos.
- Es que nunca me han hecho el amor y quiero cambiar eso.
- ¿Cómo?, ¿Nunca te han hecho el amor, o nunca has tenido sexo?
- Ninguno de los dos.
- ¿Eres virgen? María pero eso se dice de antemano.
- ¡Pero si te lo estoy diciendo!
- No, de antemano, como desde el restaurante. ¡María mira ahora en que compromisos tú lo pones a uno!– Respondió Camilo desenganchando su cabeza de las manos de ella.
En el descenso que causó la noticia, Camilo la miraba y buscaba una forma de explicarle como él veía eso de tener sexo “en vano” con una virgen. Quería explicarle que de joven eso sonaba a gran hazaña. Pero ya de viejo sonaba a crimen. La idea lo chocaba moralmente y no encontró una forma corta de explicarle eso. Por ende, simplemente le dio consejo.
- Ese es un momento especial María. Espera a compartirlo con alguien que ames, y que te ame.
- Yo no quiero amar, ni que me amen. Nunca ni siquiera soñé con casarme. Yo quiero hacer el amor, sin amor.
- ¿Solo quieres tener sexo porque nunca lo haz tenido?
- Porque quiero ser mujer.
- ¿Pero quién te dijo a ti que tener sexo es ser mujer?
- Y quien te dijo a ti que no lo es. ¿Alguna vez fuiste mujer?
Con el disgusto del rechazo aun vibrando, María quería, explicarle que tener sexo tomaba primer plano en su plan de crecer, era simplemente un ritual que, para ella, significaba no ser más niña. No sabía cómo explicar eso sin sonarle absurda a un hombre, al parecer, tan recto.
- ¿Y por qué yo? A ver, si a mí me acabas de conocer en la calle hace unas horas.
- Podría haber sido cualquiera. Si no lo eres tú lo va a ser cualquier anacoreto por allá afuera.
- No sé por qué, pero eso dolió. – Respondió Camilo tocanándose el pecho.
- Al menos tú me gustas. Tienes un buen cuerpo y fuiste quien me sacó de Buenaventura. ¡Ya para de pensarlo, es solo sexo! – Dijo ella.
- Sabes qué María, no eres una Mariposa, eres una bomba.
El desacuerdo dejó un rato de silencio. María podía escucharla conciencia de Camilo pidiendo, casi a gritos, que él saliera de la ducha y se alejara de ella. Antes que Camilo fuera a obedecer, María tomó la mano de él para llevarla a la suavidad de la muralla que ella quería él rompiera. «Cosmonauta, toca mi mariposa.» Le pidió ella mientras conducía la mano. Y Camilo llegó a palpar la cálida humedad que allí escondía ella.
Fue allí que el agua de la ducha hizo contacto con la electricidad de su conciencia. El corrientazo expulsó a Camilo a metros de María. Cayó en el cuarto, de vuelta a la cómoda.
Tomando ron lo consolaba saber que el ron tenía arte para amedrentar sus moralidades. Bajando la botella, María venía del baño, con cara de quien detesta el sabor del rechazo, y estando frente a él interrumpió los esquivos de Camilo con otra bomba.
- ¿Qué te pasa, no eres hombre? – Preguntó María.
- Oye pero tú tienes espinas en las palabras.
- Bueno, entonces…
- Claro que soy un hombre María. Y si no fueras virgen ya esas delicias tuyas estuvieran haciéndome digestión. Mira, mi trabajo es curar locos. Y yo digo que el trabajo de los locos es arruinar las sensateces de nosotros, pero el trabajado de los sensatos es arruinar lo feliz del loco. Así que discúlpame por arruinarte las locuras. Yo soy hombre. Pero lo que me pides me choca moralmente.
- Ay pero suenas a mi padre hablando. –Dijo María cruzando los brazos.
- Quizás tu padre no esté tan equivocado. Porque además de mi moral, decirte que no toca mi hombría. Sin mentirte, esto lo más cerca que me sentido a ser violado.
Y cuando dijo eso María sintió que Camilo tenía corazón, y aprendió que los hombres que tienen corazón saben esquivar bombas mezquinas que pongan en duda su moral, o su hombría. Pero como existen otras bombas, María intentó responder con una un poco más suavecita.
- ¿Es que no te gusto Cosmonauta?
- A quien tú no le vas a gustar María. Míra eso que belleza, denuda, chorreando agua ante mis ojos.
- Y entonces porque no me complaces.
- Es que no quiero lastimarte.
- Lastimarme. Por qué tener sexo con una virgen es “lastimarla”, y tener sexo con un hombre virgen es al revés, “iniciar al joven, o enseñarlo”. Yo quiero que me inicies, que me enseñes…
- ¡Ave María Purísima! – Dijo Camilo arrastrando lentamente una de sus manos a lo largo de su rostro.
La tensión dejó a María percibir las ganas con que Camilo la miraba. Ahí supo que era hora de añadirle aun más leña al fuego de su juego. Fue a su bolsa, y aun chorreando agua, se untó perfume que según Camilo mismo, aflojaba las rodillas más masculinas.
- Dame ron. – Pidió María de regreso a él.
- ¿¡Pero tú no me dijiste que no tomas!? – Dijo Camilo con voz casi temblorosa.
- Ahora tomo.
El primer buche de ron quemó lo seco de la garganta de María. El segundo ardió en las paredes de su boca hasta que lo llevó a los labios de Camilo para que de ahí, él lo tomara. Del regalo hirviente nació un beso.
Y la efusión del beso hizo pedacitos el cristal que Camilo trataba de interponer entre ellos.Ya envuelto en la húmeda nube de jazmín que rodeaba a María, los brazos de Camilo gravitaron a un abrazo.
El desnudo ardor de ella contra su cuerpo, derretía la cera de la sensatez, y desincrustaba la moral que por años cubría su conciencia con relación al sexo con una virgen. El paseo llevó una de sus manos a la fresca humedad donde yacía la mariposa y ella gemía para que Camilo la ayudara a salirse de las rejas.Camilo derrumbó su cuerpo sobre el de María. Con la suavidad que ella había pedido, arrimó la dura ternura masculina que pulgada tras pulgada solventó el ritual de hacerla mujer.
En el milímetro que Camilo notó que a María le dolía, se detuvo a pedirle que si la lastimaba le avisara para él parar.Para María hacer el amor sin amor, con la dicha de poder parar, completaba el paquete que en su fantasía ella idealizaba para su primer día de sexo. Prontamente el jazmín de María olió a lo satisfecho de Camilo, y el cuarto olió a lo salado que huele el día que a una mujer se le deshace la virginidad.
Cayeron bocarriba, sobre nubes de bienestar, desde donde él podía ver el cielo, y ella una meta. Las ventanas abiertas disiparon el ardor que Camilo había pronosticado para esa noche. Los grillos y a las ranas sirvieron de fondo musical para que ellos merendaran lo que Fito había donado para la fiesta. Mientras más bajaba la botella, más subía el tono de las risas.
- «Me parece mentira que le rompí la virginidad a «la virgen María».
Masticando y riéndose a la vez María le respondió «Está bueno eso».
- ¿Y qué te pareció el sexo sin amor? – Le preguntó Camilo.
- Dice mi padre que sexo es lo único que los hombres quieren de las mujeres bellas. En este caso, fui yo la quiso sexo contigo. Fue poderoso comprobar que estaba equivocado.
- Un poco machista tu papá no?
- El machismo lo inventamos nosotras para poder culpar a los hombres cuando no hacen lo que nosotras queremos. Así que él no es machista, él es un anacoreto.
Camilo optó por no tratar de entender que quería decir ella con eso, al final el era el más viejo, pero ella parecía ser la maestra. Ya había que dormir y antes de hacerlo quiso preguntarle algo que creía de por vida le quitaría el sueño.
- ¿Entonces María, no te lastimé?
- Cosmonauta, algo me dice que fue al revés.
(Continuará)
Jocy Medina, Para «Un Pedacito de Cuba»
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