Camilo frenó frente a un edificio, que según él, era el de la dirección del sobre.
- ¿Y cómo sabes que es este, si no tiene número? – Preguntó ella.
- Por los números de las casas de al lado que como están cercadas tienen números. Aquí en la Habana la gente le arrancan los números a los edificios.
- Ay qué es eso. ¿Para que alguien se va a robar los números de un edificio?
- Porque son de metal sirven para hacer hornillas, dar un punto de soldadura, ponerlos en sus casas. Yo no sé.
- Ah no, pero sube conmigo por si acaso este no es. – Le pidió María.
Al bajarse del Jipi, mientras Camilo buscaba las bolsas de ella, María notó que una lluvia de tizne cubría el cielo.
- Mira la nieve negra cayendo sobre la Habana.
- “ !Hollín! ¡Qué bueno! Eso seña que se consiguió combustible para los centrales procesar la caña”. – Exclamó Camilo.
- “¡Ay no, qué horrible!” Respondió María tratando de borrar las rallas negras en su blusa blanca después que quiso sacudir los copos.
Cruzando la calle, María contó 6 bien enrejados balcones y según el sobre, su tía vivía en el número 6 y ya justo frente al edificio la alegró ver que aunque “en el cemento no crecen mangos”, los arbustos de Marpacíficos sí. De uno de ellos, arrancó una flor y se la ajustó a la cabeza.Camilo, en tanto, contaba la cantidad

By Jocy Medina
de cadenas de oro de los dos hombres que charlaban en la entrada. Uno de ellos, de piel más oscura que el hollín. Y por lo que sabía de sicología supo que a ninguno le gustó ver un Jipi militar en el barrio.La planta baja del edificio olía a una rica sazón. La segunda, un poco oscura, olía a cloro. Y la tercera, que no olía a nada, tenía una puerta con un 6 pintado a mano en verde. María detuvo el brazo de Camilo al querer tocar la puerta. Camilo soltó su brazo de la fría mano de María, y dejó que ella se tocara cuando estuviera lista.
- ¿Usted es Belinda? – Preguntó María a la mujer que abrió.
- Mi marido salió, si andan buscando mercancía tienen que venir luego. – Respondió la mujer.
- Tía, soy yo, María. – Dijo María al notar el gran parecido a su madre en cuanto habló.
- ¡No! No puede ser. ¿María Mariposa? ¡Ay mi niña! No te conocí. Que grande, que bella. Ay qué alegría. – Dijo la tía saliendo a abrazarla con el regocijo del que espera alguien hace días.
- Me fui de mi casa.
- ¿Con este hombre? – Preguntó Belinda señalando con un dedo a Camilo.
- No. Este es Camilo. El me dio la botella hasta aquí. – Dijo María riéndose.
- ¿Y entonces, para que te escapaste?
Al ver a su sobrina responder apretar los labios como respuesta, dedujo que el umbral de la puerta no era el mejor lugar para una pregunta así. Los invitó a pasar y en camino a la cocina les pidió que se sentaran en la esquina del sofá más cercana al balcón, que por alguna razón a la otra esquina se le había abierto un hueco.
Un placentero aroma de café remplazó el olor a nada del piso 3. María observaba que los cuadros de encima del televisor eran de un pueblo muy parecido a Buenaventura, pero todo los demás adornos de su tía no tenían nada que ver con Cuba. Se alegró mucho al ver que la tía tenía un equipo de música, que era señal de un hogar a la moda y alegre. Y celebró un cenicero en forma de la bandera canadiense que adornaba la mesita del centro.
Belinda regresó con una bandejita con café para cada uno. Le dijo a María que todos sus adornos se lo habían traído amigos extranjeros de su marido. Y como Belinda no quería decirle a María de antemano que su madre había llamado de Buenaventura desesperada por noticias, le pidió más detalles de su plan a María.
- Para que te escapaste entonces, mi niña.
- No tengo planes tía Belinda. Vine a ver si me dejas aquí contigo por un tiempo.
- ¿Y mi hermana sabe de esto? María sin quitarle la vista al café María negó con la cabeza.
- ¿Y entonces María, como hacemos?
- No le digas tía. Júramelo. Yo le deje una nota a mi padre diciendo que me iba con sus parientes en Camagüey. Para allá debe haber ido en su caballo y con su machete a buscarme.
- Ay mi niña, pero a tu madre tengo que decirle. O pierde la cabeza.
- ¡No! Que ella se lo dice a Juan Manuel y ese sube hasta aquí arriba en su caballo a buscarme.
En vez de una respuesta a María, Belinda agradeció a Camilo por haber traído a su sobrina a la Habana, sana y salva. María le ofreció a Camilo un adiós en forma de abrazo. Él, loco por preguntarle si se volverían a ver, se lo devolvió con uno de esos abrazos de los que suponen la respuesta.
Al irse, Camilo sintió que las ruedas del Jipi no querían irse. Atravesó las venas de la Habana con el olor de María elevándose de adentro de sus ropas y en la entrada de Matanzas, en vez de doblar rumbo Cárdenas, las ruedas prefirieron seguir de largo.
Cuando se imaginó lo entretenido que debió haber estado Fito esa semana esquivando los cuchillazos de Berta en el pueblo, quiso parar a verlo. Pero conociendo a Berta, las probabilidades que ella estuviera de guardia en el restaurante, por si él pasaba a ver a Fito, eran altas.
Aun dentro del hechizo de María, Camilo siguió directo a la base.
Allá en Buena Vista, María ayudaba a su tía a terminar una tortilla de papas que según ella, una española amiga del marido le había dado la receta. Como casi no cabía en la cocina, María se hizo útil poniendo la mesa de comer, la cual competía por espacio con el sofá allá en la sala.
En la faena la tía le contaba el motivo por el cual ella había dejado Buenaventura: un hombre de la Habana que había ido a Buenaventura a ver unos tíos, y desde que lo conoció supo que su vida no iba a ser vida si no lo veía más nunca.
- ¿Te fuiste de Buenaventura por un hombre? Y por qué él no se mudó para allá contigo.
- Allá nadie lo quería. Una vez fuimos a tu casa a visitar a tu madre, Juan Manuel le cayó detrás por todo el pueblo diciéndole que si lo agarraba le iba a cortar los huevos.
- Pero, ¿por qué hizo eso, si tú no eres su hija?
- Ay yo no sé, pero a mi marido nunca se le ha olvidado eso. Tú sabes que con los huevos de los hombres no se juega. – Respondió riéndose Belinda.
Belinda aprovechó la coyuntura para indagar otra vez sobre los motivos de María.
- Y si no viniste por un hombre, tú qué viniste a hacer aquí a la Habana, mi niña.
- Yo quiero ser trapecista.
Por la cara de azoro de su tía, María quiso no seguir explicando. Pero la tía insistió en que lo hiciera. María le contó que un día fue al circo de Holguín y al final del show fue a ver el elenco detrás de las carpas, y le dijeron que eran del circo de la Habana.
- Desde ese día quise matricular en el circo ¿Sabes en que escuela los entrenan?
- Yo ni idea, mi niña. Lo único que sé que el circo da hambre, no comida.
Ni María ni Belinda habían notado que un hombre alto y muy oscuro había entrado al apartamento. No fue hasta que él preguntó ¿Y tú amiguita quién es?, que ambas dieron un brinco notaron.
- ¡Ay Sandro papi, que susto nos has dado! – Protestó Belinda tratando de aplacarse el pecho con una mano.
Sandro se murió de la risa y entró a la cocina a darle un beso a Belinda.
- María este es mi marido. Sandro, esta María, mi sobrina de Buenaventura.
- Ah. La famosa hija de Juan Manuel. – Dijo Sandro.
- Si, y de mi hermana Estela. En el pueblo le dicen María Mariposa. – Dijo Belinda acariciando la barbilla de su sobrina.
- Yo te vi un par de veces en tu casa. ¿Te acuerdas de mí? – Preguntó Sandro.
María negó con el cuerpo y con la cabeza.
- ¿Y por qué Mariposa? – Preguntó Sandro.
- Papi, no te acuerdas que cuando alguien le preguntaba que quería hacer cuando fuera grande, ella decía “volar como una Mariposa”. – Respondió la tía.
- ¡No digo yo! Con ese padre que tiene, quien no va a querer volar. – Respondió Sandro. ¿Y qué hace aquí, el padre la botó de la casa?
- Vino a vivir con nosotros por un tiempo, papi.
- ¿Con permiso de quién? – Preguntó Sandro medio en serio.
- ¡Ay, estos hombres que se creen los jefes! María, pídele permiso a tío Sandro.
- Tío Sandro, ¿me deja vivir aquí con ustedes por un tiempo?
- Belinda, ¿pero dónde va a dormir?
- En el cuartico del fondo, papi.
- ¿Pero no quedamos que ahí íbamos a criar el puerco del 31?
- Papi, con el trabajo nuevo mío no hace falta criar puerco. Lo compramos.
- No sé. La cosa está muy dura aquí en la Habana para estar alimentando otra boca que no sea la de un puerco. – Dijo Sandro rumbo al baño.
Tras el abrir y cerrar de la ducha, los gritos de Sandro hicieron saltar a María. El primero le avisó a Belinda que se le congelaron los huevos y segundo otro le pidió que encendiera el calentador. Minutos después ya no olía a tortilla pues una fuerte olor a colonia de hombre invadió el apartamento. Y justo cuando la tía anunciaba que la tortilla estaba lista, Sandro salió del fondo de la casa con una gran maleta en su mano derecha. Ya abría la puerta cuando Belinda le preguntó a donde iba.
- A casa de Mila, la jinetera, a buscar más mercancía. – Le respondió Sandro.
- ¿Pero papi te vas sin comer?Por el tirón de puerta, Belinda dedujo la respuesta.
A María le chocó la tranquilidad con que su tía regresó a la charla y con la naturalidad con que en la Habana se hablaba de mercancía. De seguro ilegal, pues venía de una jinetera.
Después de la cena, Belinda llevó a María a ver el cuartico del fondo. Vistió un colchón y lo tiró en el piso, le dio una toalla y le pidió María que trajera sus bolsas.
- Me voy a acostar temprano que anoche no dormí nada. – Le dijo la tía.
- ¿Qué pasó, estabas desvelada?
- No. Yo trabajo 12 horas, de 4 de la tarde a 4 de la mañana, 6 días a la semana. Hoy fue mi día libre, por eso me encontraste en casa.
- ¿Y te pagan bien? – Preguntó María.
- Hago propina. De comer, resuelvo de todo. Ropa no me hace falta porque Sandro vende ropa usada que la gente trae de afuera. Con lo mala que está la Habana, la verdad es que tenemos de todo.
- ¿Mala? Si a mí me parece que he llegado a Francia – Dijo María.
- Si. ¡Francia con hambre! ¿no?
- Aquí se habla de hoteles, mercancía, ropas, clientes, propinas. Las mujeres en la calle se visten bellas. Nada de eso lo hay allá en Buenaventura.
Belinda pensó que era muy tarde para responderle a María con algo allá que un “Buenas noches”.
María cayó en el colchón, notando que le cabían las piernas, con sus ojos perdidos en el descascarado verde del cuartico. Trató de dormirse, a pesar del bullicio musical que venía de los bajos, pero no lo logró hasta que Sandro entró a casa desentonando canciones de borrachos, y Buena Vista quedó en silencio por un rato.
(Continuará)
Jocy Medina, Para «Un Pedacito de Cuba»
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