No fue un gallo, sino, la necesidad de encontrar la escuela de circo lo que le dio el “de pie” a María. Sin siquiera desayunar fue a tocar todas las puertas del edificio hasta que encontró una casa que le dijo que la chica del apartamento 4 tenía teléfono.

El júbilo con que abrió la joven del apartamento 4, indicaba que esperaba a alguien y la seductora trasparencia de sus ropas daba idea a qué tipo de “alguien” esperaba.memorable_night_by_sandymanase-d4bi978

“¿Tú tienes guía telefónica?”, preguntó María antes que la chica preguntara ¿Y tú qué quieres? Notando lo incomodo del momento, María casi desiste de esperar la respuesta de ella. Pero la joven respondió con un “ ¿Y tú quien eres?”

  • Ay disculpa. Yo soy la sobrina de Belinda, la del 6. – Dijo María señalando con un dedo el piso de arriba.
  • ¿De la guajira? ¿La mujer de Sandro? Claro, entra. Es que ayer tuve fiesta y estoy limpiando. Pero apúrate.!

A pesar del olor a cloro a María le costó creer que la chica estuviera limpiando en esas ropas. Al sentarse, los pelos de ella hicieron una cortina alrededor de la guía, y ella hojeó la guía con todo el apuro que pudo tratando de encontrar los datos de la escuela.

  • Dudo que encuentres nada en esta guía por ya no las renuevan, y esa es re-vieja.

Frente a ellas la puerta del 4 se abrió, y al María subir la vista, para su sorpresa, Sandro era quien la abría.

  • ¿Y tú qué haces aquí mijita? – Preguntó Sandro ocupando casi todo el espacio del umbral de la puerta.
  • ¿Vine a buscar un número…? – Respondió María desde la silla.
  • Dale piérdete.

María puso la guía sobre la silla para irse, pero al querer salir detrás de Sandro entraba una especie de Drácula con la cara llena de granos, camisas de florecitas y unas sandalias que parecían de mujer. Al verlo la del 4, enseguida se metió al baño. Drácula, con la vista enfocada en los chores de María, se interpuso entre ella y la salida, para con un acento raro decirle a Sandro que esta si le gustaba.

  • No, no es con esa Mister. Es con la mulatica, como me la pediste. – Le dijo Sandro a su cliente.
  • No, pero ésta está buena.
  • No es bobo. – Dijo Sandro mirando directo a María. – Nos vamos con 100 tablitas María Mariposa, ¿qué me dices?
  • Oye y eso, si este Yuma es mío. – Dijo la del 4 saliendo del baño al oír lo de 100 tablitas.

Al Drácula voltearse y ver a la del 4, puso cara de príncipe degollador y se quitó del camino de María.

  • Dale agila para la casa que no quiero verte hasta la 7 y nunca, más o menos. – Le dijo Sandro a María.

De casi un salto María llegó a los bajos y tres cuadras después fue que volvió a enfocarse en lo de la escuela de circo. La semana que demoró encontrar a alguien en Buena Vista que supiera donde quedaba la escuela, le sirvió a María para conocer el barrio. A veces cuando se veía esquivando las mismas pilas de basura, se daba cuenta que ya había explorado esa calle.

No fue hasta el día que se cansó de buscar, que se sentó en una esquina bajo un árbol con tronco adornado de trapos rojos, que una mujer que venía a tirar un saquito árbol, le dijo que sabía. Según ella, tenía una vecina, cuyo ex marido, cuya hija, cuyo novio, cuyo primo, había salido por la televisión caminando por la cuerda floja. Siguiendo esas coordenadas, María dio con la información que hace tanto buscaba.

Temprano al otro día, se puso sus medias largas, se enganchó dos tirantes al short, y se ató motonetas en el pelo, para ir a matricularse.

  • “¿Y tú para dónde vas vestida de payasa, para el circo? – Le preguntó Sandro al ver a María pasar por frente de la mesita en la que él estaba desayunado.
  • Así mismo. – Respondió María pensando que al menos había logrado el vestuario requerido para alcanzar ese sueño.

La escuela era un lobby con un edificio cayéndosele detrás pero llegar le trajo a María el regocijo del que logra algo muy anhelado. Escogió a una trigueña en leotard que fumaba en la entrada para preguntarle donde se hacen las matrículas, sin saber que la respuesta sería un discurso de los que serían los próximos 4 años de su vida.

  • Mira, sigue directo. La recepción esta al final del lobby. Allí te dan unas planillas que no tienen, y te envían una carta de aceptación que nunca llega. Luego te presentas en el edificio de allá atrás que aun no está construido, te pones el vestuario que aun no podemos comprar por falta de presupuesto, te cuelgas de las cuerdas que no hemos podido remplazar desde que se rompieron y te tiras en la cama elástica que la escuela no ha conseguido.

Después de darle unas azoradas “gracias” a las chica, fue al bureau del final del lobby donde una recepcionista se comía las uñas con inquina.

  • Yo vengo a matricularme a la escuela de circo ¿Aquí es donde dan las planillas? – Preguntó María.
  • Sí. Pero no hay.
  • ¿Y entonces cómo hago para matricularme?
  • Oyes, no te alteres. – Respondió la recepcionista.
  • Yo no estoy alterada. Solo le hice una pregunta.
  • ¿Tú por casualidad tendrás una limita de uña? – Preguntó la recepcionista comiéndose casi la carne de los dedos
  • No, pero me puede explicar lo de la matricula.
  • Oye yo te digo a ti que no hay limitas por ningún lado.
  • Por favor, lo de la matrícula. – Dijo María respirando extra profundo.
  • Mija, nosotros procesamos las aplicaciones “con la mente”. Porque aunque hubiera planillas, tampoco hay bolígrafo para llenarlas.
  • Entonces, me puede procesar mi aplicación “con la mente”. –
  • Ay pero que insistente. A ver, dime: ¿qué edad tú tienes?
  • 22.
  • Mira, no hay cuño. Pero si hubiera cuño te lo ponía sobre la casilla que dice: Aplicación negada.
  • Asi de simple. ¿Negada? ¿Y se puede saber por qué?
  • Estás muy vieja. Terminas como con 50 años tu carrera, y esto es el circo no un círculo de ancianos mamita.
  • Termino con 26.
  • Es lo mismo. Oye ¿En ese bolso grande de verdad tú no tienes una limita?

Una mirada en total desconcierto fue la respuesta de María. Al salir de allí con cara de “la voy a matar” le pasó por al lado a la chica en leotard, que la miró con cara de “te lo dije”. Empezó a lloviznar y como el agua aliviaba el genio que hervía en su piel, María desató su pelo de las motonetas, y siguió caminando en busca de una “botella” a Buena Vista.

Una estrepitosa motocicleta paró a la primera señal de su mano.

  • No hay gasolina, pero por esos chores mi cacharra camina en seco.
  • Yo voy para Buena Vista.
  • Ay guajirita, que lindo hablas. Yo no voy para allá, pero dale, te llevo.

Ella, que por primera vez montaba una moto, se abrazó enardecidamente de la cintura del joven que no creía en eso de manejar en línea recta. Ignoraba las piruetas pues en su cabeza solo martillaba el hecho que en la escuela de circo la creían muy vieja.  El joven nunca supo que no era lluvia, sino las lágrimas de María, lo que humedecía su hombro derecho. 3682888548_664260c74d_o

Al dejarla en la puerta del edificio, trató de ofrecer pasar por ella otro día para un paseo en moto por la Habana. María le dijo que no quería paseo. Y como el chico era habanero, María le sugirió que debajo del cartel de “Bienvenidos a la Habana” allá en la entrada deberían escribir entre paréntesis: “Aquí no hay nada”.

El peso del desaliento jaló los pies de María hasta el tercer piso. La puerta del 6 no estaba totalmente cerrada y al ella entrar, lo que vio en el sofá le robó el poco aliento que traía.

Una de las manos de Sandro ahondaba a gusto en la intimidad de una falda que no era la de su tía. María quiso irse, pero ya Sandro había subido la mano al aire en ademan de protestar:

  • ¿Mijita y tú qué haces aquí, tú no estabas para la escuela de payasos?

María intentó seguir directo a su cuarto pero Sandro, se levantó a abotonarse el pantalón y le ordenó que virara: “Regrésate aquí maleducada. Saluda a la visita”

María se dio vuelta y se recostó al umbral que separaban los cuartos de la sala, dejando un espacio debido entre ellos.

  • Esta es Mila, una muy buena amiga. Y también de Belinda. Mila es la mujer de Mark, un amigo canadiense y socio de negocio mío”.

María pestañaba con un fijo desgano en el rostro, pero no hablaba.

  • Mila, esta es María Mariposa. Mi sobrina de Holguín que está quedándose aquí en “mi casa”, ¿verdad María?

Al ver que María ya ni pestañaba, Mila intervino con una estrategia que creyó mejor que la de Sandro.

  • ¡Ay qué bonita tu sobrina! Quizás alguna de las ropas traje para que vendas le sirva. Tiene las caderitas anchas, quizás alguno de los jeans a la cadera que se están usando.
  • A ver, mi sobri, ven a ver que te gusta. – Dijo Sandro.
  • No me gustan los jean. Gracias. – Respondió María.
  • No, lo de ella es faldas cortas, chores apretados, nunca la he visto en jeans. – Le dijo Sandro a Mila.
  • Ah bueno, ahí hay faldas también. Cógete las que quieras mamita. – Dijo Mila.El choque de Sando, le hizo olvidar el fiasco de la escuela de circo. Desde su colchón escuchaba a Mila cuchuchear su gran descontento por haber dejado que los descubrieran. Cuando Sandro le dijo que se había olvidado que tenía una sobrina en la casa, imbécil fue una de las más gentiles groserías que Mila le dijo.En cuanto Mila se fue, Sandro aventó la puerta del cuartico de María, y arrojó una lluvia de faldas sobre la cabeza de ella.
  • ¿Allá en Buenaventura te enseñaron que a los lengua-largas les cortan la lengua?

Cuando María asintió con la cabeza las faldas que quedaban encima de ella cayeron al colchón.

  • Entonces María Mariposa, tú y yo nos vamos a llevar de maravillas. – Respondió Sandro.

María esperó a volver a coincidir con la tía, que parecía trabajar día y noche, para con el dolor se su alma, contarle lo de la escuela de circo. El tema Sandro era preciso enterrarlo, pues no quería causar problemas en el matrimonio de la tía.

  • Llevo dos semanas de mujer, y ya el mundo me considera vieja. – Se quejó María a Belinda luego que le hizo el cuento.
  • Yo no es que me alegre, pero yo no creo que el circo sea tu futuro.
  • ¡Entonces tía, ahora si no tengo idea cual es mi camino! – Dijo María descansando ambas manos en la cabeza.
  • Eso es normal María. Nuestros sueños se descubren cuando uno se pregunta: “¿Qué es lo que de veras me apasiona?” La respuesta se esconde en el alma, siempre esperando a que uno la quiera buscar. – Respondió Belinda.

Desde ese día, encontrar esa respuesta levantaba a María todas las mañanas del colchón de casa de la tía.

¿Sería pintar? Fue a la escuela de artes plásticas. Para su suerte había matrícula, pero para su desgracia había que haber pintado algo en la vida para poder matricular. ¿Sería cantar? Fue a la escuela de canto, pero ni con una yema de huevo en la boca, le salía bien cantar.Como realizar un sueño

De todas las esquinas de la Habana salían martillos a desbaratarles las ideas. Los únicos en la Habana que parecían creer que ella servía para algo eran los hombres que al verla pasar, salían de donde estuvieran a chiflarle y gritarle disparates. Más de una vez deseó que su padre se apareciera en su caballo, machete en mano, a cortarle la cabeza a unos cuantos.

Así todo, la pregunta no se iba. A veces sentía la respuesta tan cerca pero algo pasaba que la respuesta se le hundía más en el alma. Pensaba en eso aquel día soleado día que se perdió en el Vedado, un barrio que los habaneros insistían en llamarle “el centro” pero para ella no tenía centro y navegarlo era en extremo enredado. Subía por la Calle Paseo, disfrutando del majestoso gris de la calle brillosa por las luces de carros, la mayoría de extranjeros, y de amantes que adornaban los bancos.

Sintió un pinchazo en el hombro que la sacó de su gloria y la hizo voltearse. Detrás de ella, un muchacho de no más de 16 años la había hincado con la afilada esquina de un papel plasticado.

  • Oye, anacoreto, me pinchaste. – Lo regañó María con el acento más holguinero que pudo.
  • Te va a gustar. Léelo.

Sin tomarlo en sus manos María leyó una lista, en forma de menú de restaurante, que en vez de platos fuertes ofrecía posiciones sexuales con precios al lado.

  • ¡Desaparécete! – Respondió María sintiendo que aquel niño, que aun olía a leche de teta, andaba en cosas como esas.
  • ¿Tu eres colombiana, titi?
  • ¡Que no soy extranjera niño! Yo soy de Buenaventura.
  • ¿Qué país es ese? – Preguntó el chico.
  • Ningún país. De Holguín. – Respondió María apresurando el paso.

La risa incontrolable del joven casi la hizo parar a preguntarle el motivo, pero ya le habían advertido cuanto le gustaba a algunos habaneros burlarse de los “guajiros”, así que siguió su paso.

  • ¡Pues claro que eres extranjera! La Habana es Cuba mamita. ¡Holguín es de otro país que se llama “Guajinlandia”! – Gritó en muchacho antes de doblarse de la risa otra vez por su propio chiste.

María se dio media vuelta y le disparó una frase cargada de todas las malas palabras que se sabía. Subió el más grosero de sus dedos mandándolo a donde los “guajiros” gustan mandar a algunos habaneros. Volaba por la Calle Paseo deseando ponerle una bomba a la Habana. No sabía si las ganas de gritar eran de rabia, de angustia o de impotencia.

Fue ahí que la Habana, que se sentía inmensamente apenada con ella, puso ante los ojos de María la respuesta a su pregunta. En los bajos de un raro edificio, cuyos pisos de arriba parecían mucho más anchos que los de la base, colgaba un cartel de los cristales, que anunciaban los detalles de las captaciones para entrar a la escuela de danza contemporánea del Teatro Nacional de Cuba. Sugería que los participantes tuvieran algún tipo de experiencia de baile.

  • “El baile. Siempre fue el baile”. – Dijo en voz alta en cuanto descubrió su sueño.Entrada a la Habana(Una bienvenida Genial) (5)

Leer el cartel la trasportó a su escuela en Buenaventura, donde despampanaban los aplausos cada vez que ella bailaba. En el recuerdo entró su padre prohibiéndole a gritos volver a bailar, aludiendo a las bailarinas de los carnavales de Holguín, que zarandeaban las caderas en sus carrozas, casi encueras, para que los hombres las vieran, concluyendo que “bailar no es un arte, es regalarle el cuerpo a cualquiera”.

En cuanto los detalles del cartel retomaron la atención de sus ojos, María memorizó fecha, hora y lugar y regresó a Buena Vista. Por el camino, María notaba cuan fértil suele ser la tierra de los sueños para que los miedos crezcan. Su mente jugaba al pesimismo con los “quizás ya estoy muy vieja para bailar, los quizás ya no tengo talento” y los “quizás no pase la prueba”.

Continuará…

Por Jocy Medina

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2 comentarios sobre “Habana Dura (9): La maquinita de moler sueños (La Habana, Cuba)

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