!Dos semanas de show en solo una noche! pensaba la instructora. La hecatombe de coreografías que debían montar y el hecho que el elenco que iba a la finca no constaba de hombres, obstinaba a las bailarinas.
- ¡Arriba! Échenle azúcar a esos pasos. – Pedía la instructora a la par de fuertes aplausos.
- Pero es que el baile sin hombres es un juego con nadie. – Protestó una de las bailarina.
- ¡Arriba! Que la mujer que aprende sin hombres, todo le sale mejor con ellos. – Respondió la instructora.
- Seguro pidieron solo mujeres porque hay muchos hombres en la finca. – Opinó María.
- No. Es que los hombres comen mucho y resulta mucho más caro hospedarlos por dos semanas que a 8 bailarinas. – Afirmó la instructora que llevaba rato en el giro.
Sintiendo que los pasos del elenco perdían kilogramos de azúcar por segundo, la instructora pidió a todas que salieran a comer y regresaran en media hora. María hizo por salir pero la detuvo el no saberse dueña ni de un peso. Sentada en el blanco mármol de la entrada sus tripas exprimían recuerdos al ajo y cebolla que destilaban las cenas que justo esa hora servía su padre en Buenaventura.
La obstinaba la bobería de la llovizna y no se le ocurría nada mejor que salir por ahí a pedir comida. Y como cuando hay hambre no hay malas ideas, cruzó a la cafetería de enfrente. Según el menú pintado en la pared allí vendían de todo. Pero según el dependiente recostado sobre mostrador de la cafetería con sus dos manos sujetando su quijada, no había nada.
- ¿Seguro que no hay nada? – Preguntó María espantando el arsenal de moscas que vinieron de pronto a posárseles en la cara.
- Ni comida ni electricidad. Nada. – Respondió el dependiente.
- Yo me muero del hambre. Y de todos las tragedias que me han pasado hoy, una de ellas es que no haber comido en todo el día.
- Oye, yo soy dependiente, no sicólogo. Ya te dije que no hay nada.
- ¿Y por qué yo huelo que aquí hay comida?
- Porque trajeron masas de croquetas. Pero yo no soy freidor de croquetas. Yo soy un dependiente. Y fino.
- Pues yo frío croquetas de lo más bien. – Respondió María ocultando que sus padres jamás la habían dejado entrar a la cocina.
- Bueno, si tú te fríes la croqueta, yo mismo te la despacho. Así que entra y ve que puedes hacer en la pocilga esa.
Más hambrienta que azorada María entró al oscuro fondo de la cocina como si supiera donde estaba el fogón. Una única ventana le permitió luz para ver que la masa de carne chorreaba sangre sobre una bandeja y encontrar el fogón donde la cocinaría. A la décima chispa de un encendedor logró darle vida a una de las hornillas.
Tiró todos los pedazos de masa de croquetas que cupieron en un salten, pero al cocinarse la masa perdió consistencia y en vez de croquetas, salió un cake de carne.Cuando el olor atrajo al dependiente a la cocina, ya María se había comido casi la mitad del cake de carne.
- ¿Oye, pero yo no te dije que te las iba a despachar? – Le dijo el dependiente al verla masticando.
- Es que te dije del vacío en mi estómago, pero no el de mis bolsillos. – Dijo María masticando.
- ¿Cómo? De contra no me vas las vas a pagar.
- Pero mira, picas esto en triángulos y los vendes como pie de carne. Así les sacas dinero. Dijo María aun masticando.
- ¡Nah!, olvídate de eso que lo que quiero es largarme de la cafetería puerca esta.
Temiendo el destino que correría la otra mitad del cake de carne, María lo envolvió en un papel periódico que había sobre la meseta y se lo llevó con ella. La comida le devolvió el “azúcar” que la instructora pedía para seguir ensayando. Entrada la noche la instructora pidió a todas que se fueran, empacaran y regresaran a la escuela en la mañana para irse a la finca. Todas, menos María que no quería irse a casa, obedecieron.
Ella salió del salón y pretendió salir de la escuela, pero se quedó escondida detrás de un cortinaje en otro salón de la casa hasta que alguien apagó las luces y cerró el gran portón de la mansión con llave.
Tiró una manta flamenca al suelo pensando cuan genial era estar fuera del alcance del mundo humano. De su bolsa sacó la otra mitad del cake de carne para comérselo y mirando a lo infinito del techo invitó a los fantasmas de la casa a que lo probaran.
- ¡Allá ustedes! – Les dijo María a los fantasmas cuando supuso que se negaron a probarlo. – !En el tiempo de la colonia no habían cake de carnes como estos!
Al ver que nadie respondía, María se siguió incitándolos. “Ay, españolita, con tantas cosas lindas que ver en esta isla y tú llorando por un tonto de España, tú sabes que desperdicio eso de morirte de amor. Y seguro desde que te subiste al barco seguro se olvidó de ti. El que bien te quiere no te hace llorar amiguita, que tonta fuiste”. Decía María pretendiendo que hablaba con alguien mientras masticaba.
Diciendo eso, una frenética coincidencia desató una fuerte lluvia. Un viento que azotaba las paredes, casi hablaba al entrar por las rajaduras de la casa. María, le apuntó un dedo a la españolita afirmando que si ella tenía algo que ver con eso, ella no le tenía miedo a los fantasmas.
Una calma prosiguió, como si de pronto una amiga quisiera sentarse junto a ella en la manta flamenca a contarle su historia. De los huecos del techo, empezaban a caer gruesas goteras, como si las lágrimas de la españolita cayeran de lo alto de esa casa.
Las goteras empezaban a mojarle la manta y el poco de cake de carne que le quedaba. Y no importa a cual esquina del salón María corriera la manta, las goteras le caían encima, y en cuanto la lluvia sesó un poco María encontró una esquina del salón aun intacta.
Al rato, el cercano tanteo de las gotas sobre el suelo finalmente la dejó rendida. Paró de llover en algún momento, pero una pesadilla regresó el vendaval de tristezas que había vivido la noche anterior en casa de la tía. Se despertó a media noche encharcada, no solo por las goteras, sino por las lágrimas. Sus manos temblaban como si hubiese visto un filme de horror donde ella era el protagonista.
Una ventolera externa castigaba las ventanas, y en tratando de buscar un alivio a su tormenta, María le contó a la españolita los detalles que vio en la pesadilla:
- “El hombre que viste que me violaba es el marido de mi tía. Y si los fantasmas tienen poderes, amiga, te pido, ayúdame a aliviar ese asco que siento, que ni durmiendo se quita.
María vomitó la carne y el asco en la taza del baño. Y de regreso a su manta, volvió a encontrar el sueño, esta vez con Camilo, de rodillas, pidiéndole que lo buscara. Ella de espaldas a él, le recordaba que él estaba casado cuando una ola los tapó por completo, y al irse, ellos se daban un beso. A pesar de lo raro del sueño, el viento de la mañana la sintió mucho más aliviada. Al despertarse, sintió que ya llegaban las chicas para irse a la finca.
Allá en la base militar, a Camilo nada lo rendía. Y en cuanto le dieron pase, su Jipi voló por la carretera Central, sin escala hasta la Habana. Ver el Framboyán delante del cual María daba brincos, lo hizo sonreír. Al pasar por las Cuevas, decidió que iría a ver a Fito cuando estuviera de vuelta.
El túnel de la Habana, más eterno que nunca, desembocó en la ciudad sin nada que la tenía a ella.
El aleteo en su estómago, frente del edificio de Belinda, avisaba que lo que sentía era cierto. Vestido de militar por fuera pero más nervioso que un niño por dentro, arrancó una flor del mismo arbusto que la había arrancado ella, para regalársela a María en cuanto abriera la puerta.
Tocó sobre 6 de la puerta, pero del techo le cayeron piedras cuando Sandro le abrió la puerta y le dijo que María no estaba.
- ¿Dónde puede haber ido? – Preguntó Camilo.
- No sé. Se fue y no dijo a donde ¡Se desapareció! Así que ven otro día.
Por los ademanes de Sandro, Camilo disertaba que el tío quería cerrar la puerta.
- ¿Pero lo reportaron a la policía?
- ¡Nah! Ella seguro conoció un tipo y se fue a vivir con él. Ella es así. Llegaba 4 o 5 de la mañana todos los días.
- Bueno, yo tengo buenas conexiones en la policía por si tenemos que encontrarla. Aquí tiene mis datos.
Camilo le entregó a Sandro un papel con su nombre, apellido, cargo y teléfono. Pero los ojos de Sandro se atoraron sobre las mayúsculas con las que Camilo había escrito su cargo: “TENIENTE CORONEL”. Antes que esa bomba hiciera todo su destrozo, Camilo le pidió a Sandro que en cuanto María regresara, le dijera que él había venido a verla, y que lo llamara a la base.Camilo tirando la flor en la escalera de regreso al Jipi. Y Sandro escondió el papel en la gaveta de sus calzoncillos con la idea de tenerlo a mano si le hacía falta “trabajarlo”.
- ¡Ya tenemos nombre y apellido de este, por si un día nos hace falta trabajarlo! – Dijo Sandro hablando con el muerto mambí que lo protegía.Continuará…
Por Jocy Medina
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Me encantan tus comentarios tienen la salsa de nosotros junta a la picardia y el humora que siempre nos acoampaña aun en los peores momentos
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Un abrazo Betty. Muchos besos. Me alegra que reconozcas ese don tan cubano en las líneas de esa novela. De veras que somos así, en las buenas y en las malas lo que nos saca adelante es la sonrisa en los labios.
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