Camilo pasó dos días flotando sobre la nada de la Habana, donde ningún destino lo condujo a un rastro de ella. La buscó en la escuela de circo donde nadie confirmó haber visto jamás a una chica con una flor en la cabeza, que olía a haberse comido una planta de jazmín entera.

cropped-313970004_d483b0d79a.jpgEn tanto, ya por días María disfrutaba de la finca, bailando para “compañeros extranjeros” que se decían venir a Cuba a aprender la cultura, pero que no salían de la finca si no era en guagüitas con guías que se las explicaran.
El fuerte olor a campiña y el centenal de Mar Pacíficos hacía que con los días el asco pasara. En las mañana se estilaba ir a la arboleda a planear encuentros nocturnos con los “compañeros extranjeros”, pero ella, excepto en la audiencia, no quería ver hombres. Esperaba a que los turistas salieran a pasear en sus guagüitas, para ir a la campiña a oler flores.

Dormían separadas de la finca en un dormitorio con muchas ligeras. Una insólita paz nacía del hecho de solo haber chicas. Pero había un italiano que desde que la vio bailar la primera noche del show, la perseguía. Cansado de no encontrarla por el día, fue a verla al dormitorio donde ella se sentaba a tomar el sol de la tarde.
– ¿Cómo te llamas. – Dijo el italiano entregándole una flor.
– María – Respondió ella lamentando no haberle dicho otro nombre.
– Qué lindo bailas. Mama mía.
– Gracias.
– Yo, Luciano. Soy italiano, pero estudié el español por 9 meses en España. ¿Eres de la Habana?
– Estudio en la Habana, pero soy de Holguín.
– ¿Qué tal si quedamos en vernos esta noche?
– Las bailarinas no podemos hacer eso.
– Claro que si pueden, en secreto. No te gustan los riesgos.
– Yo no arriesgo lo que no quiero perder.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Que se vaya. Que si me sigue hablando puedo perder mi trabajo.

María entró al dormitorio, preguntándose que les dice tan claro a los extranjeros en Cuba que todas las mujeres quieren acostarse con ellos. El se fue, planificando regresar al show esa noche a seguir soñando con las piernas de María. Y en cuanto las chicas empezaron a dispersarse a sus puntos de encuentros secretos, Luciano fue a donde María. Le dio con mucho misterio un sobre, que cayó con rapidez en sus senos, pensando que era una propina.

  • Estás loco, ¡aquí delante de todos!
  • Me quedan dos semanas en Cuba y yo quiero verte. Llámame cuando llegues a la Habana. Yo rento un carro y nos hospedamos en el hotel que tú quieras.

Cruzando firmemente sus brazos María le ofreció una respuesta.

  • ¿Ven acá, y en las clases de cultura esas no les han dicho que los cubanos no tienen derecho a hospedarse en un hotel?
    Antes de él poder responder, una de las bailarinas, al ver a María conversando con un cliente, fue corriendo y de un jalón la apartó de su lado.
  • ¡Andiamo, Andiamo! –Dijo la bailarina a Luciano, abriendo los ojos como queriendo que dice “espanta, espanta”.

María protestó por el jalón y deshizo su brazo del engrampe de la bailarina que ya la llevaba rumbo al dormitorio.

  • ¡Pero que tú haces chica! –Le preguntó la bailarina. – ¡Que en este giro eso no se hace donde todo el mundo te mira!
  • Suéltame. Yo le iba a decir que no de todas maneras.
  • Mala idea. Ese italiano esta forrado en plata, tienes que decirle que sí, pero no delante de todos, chica. Mira, mañana en la mañana, vas a la arboleda, que él siempre está ahí. Coordinas tu jugada para que en la noche, después del show, él le pague al de seguridad y te lleva a su habitación. Allí le haces todas las maravillas que te sepas para que te pague bien. Son 40 dólares para ti y 10 para el de seguridad. Y al irte le dices que te sabes 1000 maravillas más, para que al otro día te quiera volver a ver.
  • Ay mi hija, si yo no me sé ni una maravilla.
  • María eso no importa. ¿y tú crees que yo me las sé? Tú no sabes que el jamo para atrapar a un hombre hoy es decirle con que jamo lo vas a atrapar mañana.
  • Si, “desearlos es el anzuelo que engancha”, alguien ya me dijo eso. Con la diferencia que, a mí no me interesa enganchar a ese italiano.
  • Ah bueno, chica, fastídiate. Acuérdate que el baile nos dura hasta que nos salga la primera estría y ahí se nos acaba el bistec.

María continuó sola al oscuro trillo al dormitorio pues la bailarina se iba al punto de encuentro con su extranjero. Esa noche, todas las chicas parecían haber cuadrado porque estaba sola con las literas. Se sentó en la suya a alisarse el pelo, extrañando el espejo de su cuarto que tantas veces la vio hacer eso. Recordó el sobre que le había dado Luciano.

Al abrirlo, una nota decía:
“Hola bellísima, este es el número mío en la finca. Llámame desde la Habana por favor.
Luciano.”

Y al querer guardar la nota vio, que saliéndose del sobre, se asomaba algo, para ella, en extremo ilegal: 40 dólares americanos. A la par que se aceleraban los latidos de su corazón, por su cabeza volaron ideas como: “el pago adelantado por una noche, el equivalente a casi 4000 pesos cubanos, el salario anual de mi madre que es maestra, expulsión de la escuela, dos años de cárcel”. En ese orden.

Al ella quererlos esconder dentro de un puño por si acaso alguien entraba, las manos encharcaron de sudor a los dos billetes. El miedo regresó a María al portal a tratar de atenuar su nerviosismo y caminado de un lado a otro, encontrar solución. Lo único que se le ocurría era devolverlos. Pero al otro día se le ocurrió una idea mejor: pedirle a Luciano que se los cambiara y le diera el equivalente en pesos cubanos.

Con el primer gallo que cantó María se levantó ella y fue a la arboleda en busca de Luciano. Como no lo encontró, fue a la recepción con la escusa de necesitar hablar con el encargado del elenco para ver si lo veía por alrededor. Estando allí Luciano salió a desayunar, y fue así que María supo cual era su habitación.

En lo que buscaban al jefe del elenco María entró escabullida y atravesó los joles del dormitorio de los extranjeros hasta llegar al amplio y frio salón donde desayunaban ellos. Luciano pedía su desayuno sin notar las señas que María le hacía. Pero detrás de ella, un custodio si las notó.13901115453_b911e58d94_b

El custodio la agarró por un brazo y la haló hacia afuera del salón. María no escuchaba el regaño, más bien escuchaba los sonidos de su terror. Ella temió lo peor mientras él la jalaba de regreso a los joles en dirección a la puerta trasera. Antes de empujarla hacia afuera, le hizo una advertencia final.
– Te salvaste que tengo sueño para estar haciendo papeleo y llenando planillas, pero si te agarro otra vez en el zorreo te voy a reportar.

El tirón de la puerta trasera le ofreció un alivio a María, pero con sus nervios a gritos corrió hacia a las mesas de afuera, donde al elenco le tocaba desayunar. Allí un Framboyán ofrecía sombra para calmar el sudor, y de la puerta de la cocina alguien pronto saldría, con un café con leche para ellas, con que calmar la tensión.

Esa noche después del show, María esperó a que todas las que tenían cita fueran a sus citas y las que iban a dormir fueran a dormir, para ella pasada la media noche, ir a buscar a Luciano otra vez. La puerta trasera parecía no tener custodios abriéndola despacito no hizo ruido al entrar. Pero adentro, por muy en puntilla que fuera, sus pasos crujían sobre los rústicos pisos de madera de la finca. Cada paso le rajaba un nervio. Trató de abrir la puerta con la misma tranquilidad de la puerta trasera, pero esa no abrió. Tocó y con suerte, los ojos de Luciano se encendieron en cuanto la vieron allí.

  • Que sorpresa, como entraste aquí ¡entra! – Dijo Luciano al verla.
  • ¡Pues que anacoreta! Me diste 40 dólares
  • ¿Qué pasa, es poco? ¿Y qué cosa es anacoreta?
  • Son dólares americanos. ¿Tú quieres que me lleven presa?
  • En Cuba. yo pago todo en dólares americanos…
  • Chico pero… ¿Qué clase de curso cultural es ese que tampoco te han dicho que los cubanos que manejan dólares americanos pueden ir presos?
  • Bueno, es que estudiamos la cultura, el folclor…
  • Bueno en el folclor de Cuba, tener este dinero es un delito. – Respondió María encerrando los 40 dólares dentro de la mano izquierda de Luciano. – Mañana cuando salgas en tu guagüita, te das una escapadita a cualquier barrio y les pides a cualquiera que te cambien esto al “dinero folclórico mío”.
  • ¿Pesos cubanos?
  • Están a 80 o 90 pesos cubanos por cada dólar. Cuando los tengas, me buscas y me los das. – Dijo ella de regreso a la puerta.
  • No te vayas espérate.
  • Tengo que irme. Si me encuentran aquí es candela.
  • Ay ese perfume. Mama mía. Quédate un rato.
  • No Luciano, en la finca no.

Antes de salir, María asomó la cabeza y miró a cada lado del pasillo para cerciorarse que no venía nadie y en cuanto lo oscuro de los joles se lo permitió, salió. El crujir de los pasos de ella se oían en la eternidad de su susto. Llegó más agitada a la puerta que si hubiese corrido hasta allí. Delante de la puerta, quiso ser invisible para atravesarla pero traqueó la manigueta para salir. Allá fuera, una oscuridad, aún más intensa, la dejó ciega y del costado de la puerta una voz la acabó de asustar.

  • ¡Pss! Oye mamita, caíste en la trampita otra vez.

Continuará…

Por Jocy Medina

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9 comentarios sobre “Habana Cuba (13): Cómo funciona el «giro» con los extranjeros en Cuba

    1. Gracias amigo. No hay mejor regalo que ese. Que sin haber visto algo un libro nos deje ver todo. Que Nos lleve allí en alma y sea la razón por la cual sintamos que un día tenemos que ir a ese lugar. Bienvenido a este pedacito de Cuba virtual.

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