(Contenido violento: por favor no leer si es sensible). María se enteró que había pasado un mes la mañana que Julia le subió a avisarle que a Luciano le quedaba un mes para renovar la renta. María desde su cama quería responder que de Luciano no sabía, pero el cuarto daba vueltas sobre ella y creyó innecesario usar energías para decirle a la dueña del teléfono que él no la había llamado.

El cuarto paró de dar vueltas cuando María cayó en cuenta del tiempo que hacía que no había tenido su menstruación. María no altero la calma con que Julia ya bajaba las escaleras cuando un tiro de energías la hizo saltar de la cama e ir a preguntare: – ¿por aquí donde hay un doctor?

Esa mañana en vez de a la escuela, fue a ver al doctor que Julia le había recomendado. Y ya con su gran miedo confirmado, las cuentas que sacó el doctor apuntaron al malhechor que ella sospechaba. Como María se negó a acusarlo, la enviaron a la clínica de Maternidad Obrera, donde para deshacerse de su gran miedo tenía que pasar por otros peores.

Pedir el último en Maternidad le recordó a Buenaventura en plena cola del pan. Una flaca despeinada levantó el dedo indicándole que era ella, y con desgano le advirtió que no había anestesia. María se preguntó si ella debía advertirle lo mismo a la que viniera detrás de ella. Se sentó en la única silla desocupada en el salón de esperas, de brazos y pies cruzados, y de haber podido cruzar el alma también lo hubiera hecho. Cuando el padre de una chica mucho más joven que ella le pidió el último, ella solo dijo “yo”. Los estrepitosos gritos que venían de la eran suficientes para que cualquiera adivinara que ese día no había anestesia. Durante las 3 horas de espera, escucho más de 10 mujeres intercambiar historias mientras esperaban el turno de ellas. La flaca despeinada le contaba a otra flaca, aún más despeinada que ella, que era el segundo de ella, la otra respondió que para ella era el quinto. Coincidían en que sus maridos de mirarlas las preñaban y que para ambas era la primera vez sin anestesia.

Un hielo corrió le corrió a María espinazo cuando una enfermera llamo su nombre y la dirigió a una camilla. Con dos piernas en alto María sudo el hielo al ver llenarse una tanqueta de la sangre y mondongo que un hombre extraía de adentro de ella. Dudo podría obedecer cuando la enfermera le pidió se quedara tranquila pues la parte más peligrosa venía. Había que raspar los restos con una cuchara y si se movía podían perforarla. Para quedarse tranquila había que gritar a toda voz cada vez que esa cuchara entraba y recogía.

Su cuerpo cayó desplomado en la camilla en cuanto la enfermera se alejó con la tanqueta llena de lo que Sandro había engendrado dentro de ella. De regreso a casa, la fatiga le decía que además de sangre y mondongos había dejado su alma en esa tanqueta.

Al verla llegar, Julia subió al cuarto con un jugo de melón que le regresó un poco el rosa al rostro de María. Las palabras sin embargo aún no le salían.

  • A mí no me gusta venir a este cuarto pero quiero decirte que desde que tu estas aquí, mi difunta madre casi no tiras las puertas. María le devolvió el vaso, y regresó su cabeza a la cama sintiendo que sus ojos eran dos copas de lagrimas queriéndose desbordar.
  • No te preocupes por Luciano. – Le dijo Julia. – Si no llama, él se lo pierde. Tú eres bella y sin dudas vas a bandeártela sin él. Deberías aprender de Cindy que tú te pareces mucho a ella.

Dentro de su nebulosa María trataba de discernir, además del pelo, que otro parecido veía Julia entre Cindy y ella. A simple vista, sus pieles eran el sol y la luna. Cindy llenaba sus jeans rojos mejor que una sirena, y a ella los chores se le descolgaban de las caderas.

Julia concluyó que se refería al carisma. Ambas tenían la soltura requerida para sacarle dinero a los turistas a modo de pagar renta por comisión en su casa. A modo de chiste le dijo que Cindy era contadora pero ejercía como un mecánico: “cobra por hora de trabajo y en cuanto lubrica los cacharros los manda para la calle”.

El jugo ya le entonaba el estómago, pero Julia le causaba nauseas.

María usó el brío que le devolvió el jugo, para explicarle Julia porque ella y Cindy no se parecían.

  • cuando yo regreso de la escuela,yo veo con la dedicación que Cindy ayuda a sus clientes subir las escaleras. Aunque lleguen aquí arriba sin aire, ella les celebra la destreza y el vigor con que llegaron. Después hace chirrear esa cama, de seguro tan oxidada como las caderas de ellos. El chirriar dura minutos y las risotadas, el resto de la hora. Yo no tengo ni esa soltura, ni ese carisma. De hecho yo, en cuanto mis clientes llegaran aquí arriba, les daría un empujoncito para que rodaran otra vez por las escaleras.

Julia recogió el vaso vacio y consideró que era un buen momento para dejar que María durmiera.

Aunque María no sabía por qué Luciano no la había llamado, le vivía agradecida por los dos meses de renta lejos de Sandro. Su mente gravitaba mucho a Camilo. El sabría como deshilachar ideas de los nudos que se le hacían cuando recordaba que le quedaban dos semanas en casa de Julia. La opción de rentar por comisión sonaba peor que regresar a casa de la tía, pues vender el cuerpo era otra forma de ser violada, mínimo dos veces al día. Y lo peor de todo, debía salir a buscar al violador ella misma. Cuando regresarse a Holguín sonaba a mejor opción, el sabor a fracaso le amargaba el día.dancers-33395_1280

Por eso bailaba. Dentro de su arte, el veneno de pensar en el futuro no mataba su presente. Le había salido un trabajo en el Hotel Nacional para bailar en un show de danza aborigen donde tenía que vestirse de taina y según su Instructora trasportaba al publico a la Cuba indígena.

Continuará…

Por Jocy Medina

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2 comentarios sobre “Habana Cuba (22): Decapitando corazones (sobre el aborto en Cuba)

  1. Quizás este sea el más triste de los relatos de María que he leído hasta ahora, y los he leído todos, pero deja claro la dificultad que había (O hay a día de hoy aún) para sobrevivir en Cuba. Pero nos demuestra la fortaleza de la gente e incluso el gran corazón que pueden tener algunas personas.

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