Parecía que era King Kong, no el fantasma de la madre de Julia el que se había batido con el huracán esa mañana. El suelo del cuarto de María estaba cubierto en cristales y agua. Calzar lonas plásticas delante de la ventana para que la lluvia no entrara fue lo único a lo que le dio tiempo antes de irse a Tropicana.
María quería salir antes que el viento del huracán se convirtiera en lluvia torrencial. Pero la lluvia rompió tan pronto ella sacó su primer pie a la acera. Bajo el torrente llegó a la avenida, donde una especie camión para trasportar gente paró en la parada adyacente donde ella trataba, ya por rato, de coger una botella. Los carros no pasaban. La poca gente que había en la calle iba en los camiones o guaguas.
Chapaleteó con prisa al camión logrando llegar justo antes que arrancara. De entre un amasijo de gente una mano mojada salió al aire a ayudarla a montarse. Sujeta a esa mano, María logró escalar las cabillas y barrotes del camión, y con su otra mano, sujetarse a una baranda para no caerse cuando el camión volaba sobre los baches.
Ya encima, no supo de quien era la mano ni a quien darle las gracias. Le preguntó a la cara que tenía delante para adónde iba ese camión, y esa cara le respondió, “por ahí pa´ arriba”. Por suerte más o menos ese era el rumbo a donde ella iba.
Unos kilómetros más arriba, logró entrar un poco al tumulto para no ir tan al aire colgada de una baranda. Pero debajo de sus faldas los agarrones y pellizcos de nalgas que venían de manos lejanas le daban ganas a María de saltar de aquel monstruo rodante amasador de nalgas, a la calle encharcada.
En cuanto el camión dejó de ir “por ahí pa ´arriba” y dobló a una calle que no iba rumbo a Tropicana, María grito para que el tumulto le pasara el aviso al chofer que parara. Unas 5 cuadras después, el avisó llegó y María saltó del camión como saltamontes a hierba mojada.
Saltó los saltos que pudo para regresar a la avenida donde tomar otro vehículo. Un chico que iba rumbo a “por ahí pa ‘arriba” en su bicicleta, le paró y le dijo podía darle botella hasta cerca de Tropicana. Como eran las 6 de la tarde y más nada le paraba, María subió a la barra delantera y se acomodó entre los brazos del chico. Los forzado pedalear según él se debía a que iba en contra del viento. Según ella, a la bicicleta le faltaba grasa.
Iba tan mojada que ni se movía cuando algún carro cercano les pasaba por al lado y los bañaba, y casi al mismo volumen podía escuchar cada vez que todas las cosas que el chico insinuaba él podría hacerle si estuviera en una cama con ella. En cuanto sintió el pene del muchacho hincando con suma dureza los bajos de su espalda, María saltó de la bicicleta, y ambos cayeron dentro de un charco inmenso de agua.
Gritándose insultos el uno al otro se perdieron de vista. Y gritándole horrores a un chico que ya no veía llegó María a una gasolinera. Con tanta agua, un joven pistero no podía discernir las lágrimas de María, pero por los gritos y el fango supuso que venía de una trayectoria mala.
- ¿Que tú eres un gusano y acabas de salir de la tierra? – Le preguntó el pistero.
- ¿Dónde coño está Tropicana? – insistió María.
Al ver que María no estaba para chistes, señaló con su dedo gordo y anunció un “por ahí pa´ allá atrás”. Tres cuadras más bajo la lluvia, María encontró a Tropicana.
Al entrar, lo poco que traía de estrella se opacó con la nube de humo de cigarro que tuvo que inhalar en la entrada. Chorreando llegó a donde las bailarinas y a nadie le pareció genial que ella, como muchas otras, había llegado a tiempo. De hecho, a nadie allí le parecía genial nada. Allí estaban las bailarinas de los cuellos más tensos del mundo y los instructores más estrictos de la isla, preparándose para en dos horas, entrar en escena.
Buscaba a quien decirle que ella venía de apoyo, enviada por su escuela, cuando un supervisor de vestuario la agarró por el brazo al no verla lista y la llevó a donde los percheros que colgaban sus ropas. En vez de enfocarse en vertiese, María escuchaba a los vestuaristas llamarle gordas a los percheros de huesos que allí se vestían. A una flaca nalgona la hicieron trizas incluso antes de vestirla.
- No, aquí no hay medias para tapar los campos de celulitis de las nalgas estas. – Le dijo una mujer.
- Oye si pudieras vender toda esa manteca en el agro te hicieras rica. – Le dijo un hombre.
María prosiguió de ponerse el bikini plateado que le habían dado, y como cupo, los vestuaristas quedaron contentos. Pero la falta de teta causó algarabía.
- Pero estas tetas flacas bailan solas dentro de este ajustador. – Le dijo una mujer a María.
- Métele trapos para que se empinen. – Sugirió el hombre.Casi iba a protestar por lo de “tetas flacas” cuando alguien llegó por detrás con un gorro de plumas plateadas casi del tamaño de ella. En hombre enredaba su largo pelo en redecillas para amarrar lo que podían ser 15 avestruces a su cabeza.
- Pero este enjambre de pelo de ella tumba el gorro. – Dijo un hombre.
- Córtaselo un poco. – Dijo el que sostenía el gorro.
María quiso salir corriendo, pero antes de poder interrumpir el debate ya habían cortado el mechón de pelo que no cooperaba y trataban de ubicar el gorro plateado encima de su cabeza. Una mujer, en tanto, le empegostaba kilos de maquillaje a su cara y un hombre le daba órdenes precisas que por mucho que le pesara el gorro, la sonrisa perenne en la cara no se iba.
Todas salieron de allí pareciendo jimaguas. Bellas pero sin ego.
A las 10, unas retumbantes trompetas anunciaron la apertura del show. Un excitante: “Buenas noches señoras y señores, estamos en Tropicana, un paraíso bajo las estrellas” dio tiempo a las estrellas de Tropicana posicionarse creando una explosión de colores en el escenario. Decadentes ritmos en vivo ofrecieron los toques para que las cinturas del elenco deleitaran a un público internacional que pagaba cada uno $50 dólares por persona por verlo.
En tanto, a las chicas de plata, entre ellas María, recibían las instrucciones de que debían hacer en las tarimas laterales mientras el elenco de estrellas de Tropicana bailaba, avisando que ellas no eran estrellas, ellas eran estrellitas. La tarea de marcar toda la noche, subiendo y bajando los brazos, alzando uno que otro pie, siguiendo a la que designaron “cabeza de las tarimas”, hizo a María sentir más banal que las botellas vacías de la repisa de Julia.
La consolaba saber que para que el paraíso tenga luz hacía falta todo tipo de estrellas. Camino a las tarimas, dentro del paraíso llovía. Intensas luces alumbraban mientras ellas bailaban sobre tarimas encharcadas. La audiencia al principio no se mojaba pues grandes lonas aseguraban su confort.
En cuanto el huracán voló las lonas, y las luces se apagaron, un cliente aprovechó para ir donde María. En la ceguera que dejo un foco súbitamente retirado de sus ojos, María no veía la cara del cliente, pero vio el billete que le puso frente a su cara.
- Nunca están lejos los que quieren verse. – Dijo el cliente detrás de su billete.
Continuará…
Por Jocy Medina
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En otro capítulo maravilloso. Gracias por esta nueva perla
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El placer es mío! Un abrazo, J
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Soy solo y quiero una pareja estable,,,soy un hombre que la puedo tener como una reina
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