Habana Paraíso (1) …a lo cubano

Dalia chancleteaba por Buena Vista con la firmeza de quien sabe a dónde va, pero los genios de quien no halla que hacer para calmarse. Un apagón había dejado el barrio a oscuras, justo cuando el noticiero anunciaba fecha y hora de los juegos del Mundial del 1991. Y no cualquier Mundial, sino el del deporte favorito de Dalia: el vóleibol femenino. Y cuando pequeños fiascos como estos llenaban el jarro de sus frustraciones, ella salía de casa, a lanzar sus malos genios al barrio.

—Mami, uno aquí muerto de hambre, ¡y tú con tanta carne en esas nalgas! ―gritó un flaco que tomaba ron a pleno día, tirado en el contén[1] con un rubio de pelos largos y rizos.

Dalia le reviró los ojos, pero el flaco tomó esa muestra de apatía como invitación para un próximo avance. “Oye, ladrona, ¿y esos ojazos verdes? ¿Se los robaste al semáforo?”, le dijo.

El de los rizos le sonó un codazo al flaco para que se callara.

—Pero, y ese jamoncito, ¿quién es? ―preguntó el flaco.

—Yo creo que esa es Dalia Salinas. Hacía rato que no la veía. A ella le dicen Chica Mermelada. ¿La conoces?

—Ay, ¿Mermelada? ¡Qué rico! No me hables de comida, que no he desayunado ―respondió el flaco, acariciándose la barriga.

—Esa es la nieta de Rosa, la que vende mermelada ahí al lado de la casa de las buganvillas.

—¡No puede ser! Si esa vieja es un maní quemado y esa niña es pura canela.

—Lo de pura canela sí, pero de niña no tiene nada. Debe estar en sus veintipico, porque ella entraba en la secundaria cuando yo terminaba el doceno grado[2]. Dicen que desde que su abuela llegó a La Habana, con ella pequeñita en los brazos, instaló esa venduta[3] de mermelada de guayaba. A eso debe oler su ropa, su cama, su piel y su pelo. En la escuela todo el mundo le pedía olerla. Recuerdo que, cuando pasaba, dejaba un aroma dulce que daban ganas de comérsela de postre.

—Pues mira, yo no olí nada ―dijo el flaco, empinando la nariz al aire.

—Otro día que pase, disimula y acércatele, para que veas… ―sugirió el de los rizos.

Como eso de “otro día” le sonaba demasiado lejos al flaco, dejó al rubio de los rizos soñando con Dalia en el contén y salió corriendo detrás de ella. Cuando la alcanzó, le agarró dos mechones de cabello y los restregó contra su nariz como si quisiera comérselos.

El jalón frenó en seco el paso de Dalia. “Pero, ¿a ti qué te pasa, so loco?”, protestó ella, arrebatando con furia el pelo de las manos del flaco.

Dalia se alejó corriendo, sintiendo que ser visible de la forma equivocada la angustiaba más que no ser vista en absoluto. La carrera aceleró su respiración, pero alivió algo sus nervios. Cuando se supo bien lejos del flaco, dejó que sus pies marcharan con la cadencia del que cree que, yendo lento, usa más tiempo. Su pelo, que llegaba al nacimiento de su cintura, tapaba los costados de su cara y creaba anchas cortinas a cada lado de su cuerpo.

Llegó a un parque de grandes árboles, con gruesos troncos de los que crecían ramas que querían tocar el cielo. Parecían gigantes y, ante ellos, Dalia se sentía tan inmensa como una hormiga. De las ramas nacían larguísimas raíces que bajaban al suelo, sirviéndole de consuelo a Dalia que su vida no era lo único al revés que había en Buena Vista.

Se sentó en un banco, a admirar cómo las raíces barrían el parque a merced del viento. Flotaba en un vacío de cuatro dimensiones.

Cuando decidió que en la oscuridad de su cuarto estaría mejor que a plena luz, fingiendo ser invisible al mundo, se entregó a las sucias calles, que la regresaron a casa. Ella vivía con su abuela en el apartamento tres de un pasillo de cuatro, la morada más despintada de Buena Vista, el barrio más descascarado de La Habana.

Allí se olía el aroma a guayaba más intenso de Cuba. Entrando, Dalia escuchó la áspera voz de su abuela cantando: “Amor es el pan de la vida. Amor es la copa divina. Amor es un algo sin nombre, que obsesiona a un hombre, por una mujer…”, la canción favorita de Rosa pues hablaba de obsesiones que se tornaban en las mayores angustias que podía vivir una mujer. Dalia no entendía eso, pero a veces se preguntaba si su vacío se debía a la falta de ese “pan de la vida” o de sueños en general.

Antes de ir a la cocina a darle un beso a su abuela, pasó por el almanaque, buscó la casillita del 13 de noviembre y apuntó el único dato del Mundial que logró escuchar en el noticiero: la hora del juego entre Cuba y Brasil. No fue hasta que leyó sus apuntes, que cayó en cuenta de que no podría ver ese juego. A las 2 de la tarde, de seguro, habría apagón en Buena Vista. Eso la hizo cerrar los puños y emitir un agudo rugido, que mantuvo en todo el trayecto de la sala a su cuarto.

—¿Y ahora qué te pasó, mi santa? ―gritó Rosa desde la cocina.

Dalia se llevó las manos a la cara y no contestó, pero su abuela dejó de revolver la mermelada y fue a verla.

—¡Cálmate! Que dicen los santos que nos viene mala racha ―advirtió Rosa.

—¡Ay Nana, eso te lo podía haber dicho yo! Al noticiero le deberían poner “el desgraciero” porque ahora en vez de noticias, anuncian solo desgracias.

—Pero Dalia, es que te la pasas prendida al televisor, dando piñazos cuando llegan los apagones. Y aquí todos sabemos que cuando el gallo canta, el vago refunfuña[4].

—Yo no soy vaga. ¡Yo lo que no tengo nada que hacer!

—Pero piensa. Busca algo con futuro, que no deje entrar la mala racha a esta casa.

—¿Algo como qué, Nana? A ver, dime…

—Qué tal un curso de cocinera o de secretaria… No sé, la bibijagua[5] carga lo que puede.

—¡No! Yo soy el jugador líbero, ¿entiendes? ―interrumpió Dalia.

—Ay, mi virgencita de la Caridad, ¿y ahora qué cosa es el “líbalo” ese? ―preguntó Rosa llevando sus manos a la cabeza.

—¡Líbero! El de la camiseta de color diferente. El que solo juega en la defensiva. El que da los mejores pases y jamás termina el juego con un remate. Yo ni soy cocinera ni secretaria. Eso para mí sería un remate; el peor fin que podría tener mi carrera.

—¡¿Pero qué carrera, hijita?! Si no hay transporte para ir a las competencias, ni luz para encender los estadios, ni comida para sostener tu cuerpo durante las prácticas. Así que, quítate la camiseta líbala y ponte camiseta práctica, que ya tu equipo de vóleibol ni existe.

—Sí, ya sé. Todo fue un error, un sueño mal soñado. Búscame las crayolas, que voy a pintar un camino nuevo.

—¡Ay, Shangó[6]; pues consíguele un pintor a esta niña! ―gritó Rosa mirando al techo― Porque ese butacón delante del televisor no es un camino. Es un hueco.

Por mucho que Dalia hizo por encontrar paz ese día, la vida insistió en romperle el plan. La cama prometía ser un buen escondite, pero con el apagón, las voces llegaban a su cuarto mucho más nítidas que de costumbre. Ella escuchaba, por ejemplo, la voz de Pedro, su vecino y mejor amigo, alguien a quien las jóvenes del barrio describían como “un mulatico hecho a mano”. Él vivía solo, en la casa de las buganvillas, una mansión vieja pero bella, tapizada por tupidas enredaderas de flores color fucsia. Solo un patiecito estrecho, de paredes mohosas, separaba la habitación de Dalia del enrejado ventanal del cuarto de él.

Esa tarde, Pedro gozaba de una buena tanda de sexo con una mujer que Dalia bien sabía que no era Justina, la novia oficial de su amigo, pues ésta daba griticos: “Ay, papi, dame fuego, dame fuego”. Y por casi ya dos años las tandas de Pedro con su novia sonaban a: “Ay que machote, que espaldota, que brazotes…”, pero nunca eso de “fuego”.

A la cama de Dalia le nacieron pinchos cuando de pronto escuchó la voz de Justina, que desde el portal de la casa de Pedro, gritaba groserías y pedía: “¡Ábreme la puerta! ¿Desde cuándo tu pasas el pestillo!” Dalia dio el mismo brinco en su cama que Pedro en la suya…

Continuará…

Jocy Medina

[1] Forma coloquial o cubanismo para denominar el borde de la acera.

[2] Duodécimo grado, último año del preuniversitario.

[3] Cubanismo: ventas a pequeña escala, sin papeles oficiales.

[4] Refrán yoruba.

[5] Especie de hormiga muy grande y laboriosa. También conocidas en Cuba como hormigas bravas.

[6] Deidad del panteón yoruba, el Dios del trueno. Se sincretiza en la religión católica como Santa Bárbara.


También por Jocy Medina: HABANA DURAPublicada en el 2016, Canadá amazon-5-star-imagebride

 

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