Otro modo de viajar a Cuba

En estos días que la tierra se extraña leer es otro modo de viajar a ella. Sí, ya los vuelos llegan a la isla y la mejor forma de abrazar a quienes amamos, es yendo a verlos. Pero a veces, aunque los aeropuertos estén abiertos, las posibilidades de regreso, para muchos, están cerradas. Ya sea por salud, ya sea por dinero, ya sea por posiciones políticas o sentimientos encontrados.

Estos libros nos permiten lo que jamás nos permitiría un avión: viajar en el tiempo. Algo así, como montarse en letras que nos regresen a las calles que tantas veces andamos, a las rotas, sucias, llenas de merolicos, cantantes, mirones y jineteras. Un viaje a la Cuba inundada de turistas, a esa Habana que a veces nos sabía a delicia y otras veces a carne rancia. De ambos salimos lapidados por las mismas piedras que la Tierra nos tiraba cuando salíamos a buscar comida y además de baile, ron y música virábamos sin nada.

Sobrevivíamos. ¿Cómo? Aun no nos lo explicamos. Llorábamos por una isla mejor mientras de ella poco a poco nos íbamos alejando. Hasta que muchos nos fuimos. A veces, entendemos que ya no vivimos allá, pero sabemos que nunca nos fuimos del todo. Hoy, regresamos a sus calles y no sabemos que fue de aquella isla que dejamos.

Por suerte, en estos días, otro modo de viajar es agarrar un libro que nos lleve.

En Habana Dura conocemos a María, que puede haberse llamado cualquier nombre, porque todos teníamos una vecina que venía del campo en busca de mejor vida a la ciudad. Sí, la tal María Mariposa que quería volar con alas propias, no mantenida por ningún hombre. Sí, la bailarina que con una sonrisa derritió la entereza de un seriecísimo militar y calentó el friísimo temple de un británico. Sí, ya sé, típica cubana.

En Paraíso a lo cubano, conocemos otra versión del paraíso. Calles donde todo es ilegal y la creatividad para ingeniarse un modo de ganarse el kilo, es infinita. Dalia, por ejemplo, se casaba con los hombres del barrio porque, créalo o no lo crea, por mucho tiempo en Cuba el gobierno daba regalos a los recién casados. Su abuela vendía mermelada y adivinaba fiascos a través de presagios que traían los santos de la religión Yoruba. El chivatón de enfrente, muy casado e integrado en el gobierno, delataba todo lo que Dalia hacía a la flaca del CDR, solo porque Dalia no lo quería. La del CDR, amante frustrada del chivatón, hacía todo lo que él pedía.

Dos libros cargados de historias que viven grabadas en la genética cubana, en la raíz, en la cultura, en los trillos más oscuros de la mente.

¡Vaya! Que ni, aunque todos los aeropuertos de la isla abran, no habrá vuelo que podrá llevarlo a un viaje tan intenso como lo hará estos dos libros, que más que dos novelas, son un viaje sin regreso a la versión de Cuba que además de en nuestros recuerdos, vive en estas páginas.

Las novelas de Jocy Medina, «otro modo de viajar a Cuba»
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