Estábamos en medio de aquel rico debate, cuando el carro del amigo de mi tío se adentró a las profundidades del majestuoso túnel que entra por el Este de la Habana y sale al centro de su corazón. Que para el turista es no más que un túnel. Pero para el que nació en la Habana, son 733 metros de recuerdos – de aquellos tiempos en que en carros embuchados de no menos de 10 jóvenes, comida y ron, nos llevaban a las Playas del Este a pasarnos el día, a tomar, nadar, comer y romancear… (exactamente en ese orden).
Y como siempre pasa después de ese túnel, la Habana deja caer el vestido de su fachada y desnuda su belleza magistral ante tus ojos. Y te deja boquiabierto como dejaría una némesis a un hombre cuando se desnuda en frente de él. No importa cuántas veces hayas cruzado ese túnel. Siempre es lo mismo. Caes en la Habana, y su belleza te deja sin habla.
Y cuando vuelves en ti, te hallas transitando a lo largo de ese muro que va desde su esquina colonial, hasta el centro de ella. El Malecón de la Habana, un muro de cemento que en Diciembre huele a sales encendidas, a frente frío que se avecina, a mar revuelta.
Que se dice esta ahí porque custodia a la ciudad de frente fríos, pero yo digo, que es no más que un antiguo gigante derretido y cementado, ante tanta belleza que ofrece la fachada de la némesis Habana.
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‘Romancear’… Qué bonito.
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Encierra mucho esa palabra, No? Me encantan esas palabras que lo dicen todo…
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Reblogueó esto en CubaenVivoy comentado:
Quien estuvo en la Habana alguna vez, de seguro sintió esto!
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